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Viernes Santo, año 1959

Una luz lóbrega. Un silencio ominoso, rumores, a lo sumo, en la calle camino de la iglesia. En la radio, el "Confutatis", ininteligible para un niño, del Réquiem de Mozart pone música a un Viernes Santo tenebroso.

el 15 sep 2009 / 02:02 h.

Una luz lóbrega. Un silencio ominoso, rumores, a lo sumo, en la calle camino de la iglesia. En la radio, el "Confutatis", ininteligible para un niño, del Réquiem de Mozart pone música a un Viernes Santo tenebroso. Todavía permanece el luto familiar por el papa Pacelli, Pio XII, muerto unos meses atrás, el primer luto por un Papa de los que se tiene memoria en tu casa. Las galerías entornadas, las cortinas de la casa echadas.

No llueve pero nubes negras tiñen de gris la tarde. Es la hora de los oficios, oficios fúnebres en un día horrible. El retablo del altar mayor de la iglesia del Carmen está cubierto por un manto morado enorme que tapa completamente la exuberancia barroca de la imaginería de santos, frailes carmelitas, sobredorados, maderas estofadas y un sinfín de motivos con los que has entretenido tu mente mientras discurrían las misas de ordinario. Pero este día los altares están desnudos, sin manteles, ni velas ni imágenes, tétricos. Todo es desolador para un niño. Un único cirio apagado preside la ceremonia. No hay música, la gente a tono, va de oscuro, como los frailes. Hay un silencio abrumador que te ha acompañado todo el día del luto universal en el que estás metido. El ayuno ha ido en serio y sin concesiones a la gastronomía de Semana Santa que se asoma por los escaparates de las confiterías de la calle Ancha. Estamos de duelo. Tú tienes ocho años pero estás pasando por esto. Estás en Cádiz, en el año 59. Aún no sabes la que te espera. Hace un frío inolvidable.

Abogado

crosadoc@gmail.com

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