Si ayer me refería en ésta misma columna a las buenas vibraciones que nos estaban llegando por cómo estaba discurriendo la Semana Santa, hoy toca darle la vuelta y mirar al cielo para ver qué puede pasar. No hay nada claro. Puede llover, o no hacerlo. Ni los que entienden se ponen de acuerdo, de lo cual nadie tiene la culpa, porque la inestabilidad allá arriba es notoria. Y de quien hay que acordarse en estas horas es de las personas que tienen la enorme responsabilidad de poner, o no, a una cofradía en la calle. Si aciertan, todo serán parabienes, y sin embargo, si se equivocan, las palmaditas se volverán críticas negativas.
Me quiero quedar con lo que siente cada uno en lo más íntimo de su ser. El corazón les puede pedir muchas cosas, pero la mente debe prevalecer ante cualquier criterio arriesgado. El peor elemento de una semana santa es la incertidumbre, que no te deja respirar. Suerte para todos ellos, y que sus decisiones se correspondan con lo más razonable.
Periodista
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