Lleva 30 años como camarera de la Virgen de la Hiniesta, de la dolorosa y de la letífica. La designó para el cargo Pepe Carrasquilla cuando era hermano mayor y los sucesores la han ido confirmando. Alcántara, Arenas, Granado, José Antonio Romero, con el que ahora repite. Pero María del Carmen Elvás (Sevilla, 1946) tiene claro que se trata de un trabajo en equipo, así que no quiere que se olvide ningún nombre de las que, de alguna forma, participan en esta tarea: «La otra camarera titular es Loli Romero» –que se encarga, entre otras cosas, de peinar a la Virgen– pero cuentan con el apoyo de otras cinco «chicas», de diferentes edades, «vinculadas de toda la vida a la hermandad», con las que se organizan por turnos para los ocho cambios de ropa: Eva, Cristina, Estefanía, Macarena y Julia, además de las camareras de altar: Mode y Marisa. «A los restauradores no les gustan que hagamos tantos cambios, pero Pedro Manzano nos ha dado indicaciones para cuidar lo mejor posible a la Virgen. Además tiene protecciones de piel».

Pero María del Carmen lidera otro grupo que complementa al de las camareras, el de las mujeres del ropero de la Virgen, que ya cuenta 31 años y del que forman parte 52 mujeres. «Cuando se ha producido alguna baja, siempre, por el motivo que sea, se suma una hermana o colaboradora nueva. Son cosas de la Virgen», comenta convencida. Entre todas recaudan fondos para flores, para restaurar la ropa de la Virgen, para confeccionarle piezas nuevas o, incluso, para sufragar los muebles que conforman el Cuarto de camareras: roperos y cómodas repletos de enaguas, trajecitos del Niño Jesús –los últimos han nacido de las manos de Susi, la hermana número 6–, mantos lisos, ropas de la «Chiquetita».

«Encarnita Carrasquilla tenía muchas ganas de que pasáramos la saya que Juan Manuel Rodríguez Ojeda le hizo a la Virgen a un terciopelo nuevo y juntas recaudamos los fondos necesarios». Así empezaron a organizarse. José Guillermo Carrasquilla se ocupó entonces de pasar la saya; este año, 29 años después, Manuel Solano la ha vuelto a pasar y ha recuperado parte de los bordados originales que habían desaparecido. «Nuestra misión es cuidar y enriquecer el patrimonio de la hermandad», resume. Así, en los últimos cuatro años han participado en las potencias de oro para el Cristo, una aureola de camarín para la Magdalena, la restauración de la corona de Marmolejo en plata dorada de la Virgen y la segunda restauración de la saya. «Ya estamos ahorrando para hacerle una saya azul bordada. Pero no hay prisa porque no le hace falta. Si surge otra necesidad, se cambia». Porque también ayudan en las labores de caridad, especialmente con el comedor del Pumarejo. «Las monjas nos llaman y nos dicen lo que les hace falta. Últimamente, sobre todo, potitos para los niños, leche en polvo para bebés...». «Hace un mes cogimos el dinero del grupo del taller que teníamos reservado para la ofrenda de flores y compramos leche para bebés, que lo necesitaban más que la Virgen».

En un cuadrante lleva el control de las aportaciones de las 52 – «empezamos por 2,5 pesetas al mes. Ahora damos, la que puede, 10 euros al trimestre»–, un pago que se suma al de las cuotas de hermanos. Amparo Ruiz y Antonia Acosta, las más veteranas, comparten la responsabilidad con Elvás del control de la cartilla que tienen en el banco. Las meriendas, que también comparten con el taller de bordado; las convivencias, la venta de lotería, la cuestación para el cáncer o la esclerosis múltiple... convierten este particular compromiso en una auténtica familia. Por esto María del Carmen afirma sin titubear que la hermandad es «lo mejor que le ha pasado» y se explica: «No me he casado, no tengo hijos. La hermandad es mi vida. Y vestir a la Virgen de la Hiniesta es un privilegio».

María del Carmen tardó en hacerse hermana. «En mi época los padres hacían hermano a los niños, pero no a las niñas, así que hasta los 14 años» no entró en la nómina de la corporación, como en la otra cofradía familiar, el Cristo de Burgos. Nunca ha salido de nazarena porque prefiere disfrutar de su cofradía en la calle.

LATIDOS COFRADES

El olor de la Semana Santa: el azahar. El sabor: el ambiente que se va saboreando en las vísperas.

El tacto: las manos de la Virgen cuando se las estamos limpiando.

El sonido: una marcha procesional. Me gustan muchas... Madre Hiniesta. Y Estrella sublime tocada a piano suena maravilloso.

La imagen: el Cristo de la Buena Muerte a su paso por Doña María Coronel o la subida al altar del Ayuntamiento de la Virgen Chiquetita.