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Actualizado: 18 sep 2018 / 18:52 h.
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Entre los muchos aspectos grandiosos del movimiento feminista, está la cantidad de profesionales, mujeres y hombres, que trabajamos desde multitud de parcelas por hacer de nuestro entorno, uno mas justo e igualitario. Un compañero de lucha, que además es enfermero, me habló una vez del misterioso caso de las mujeres dolientes que acudían a urgencias. Muy alarmando me confesó que por mucho que quisiera ser cauto, estaba percibiendo un registro, cada vez más alto en nuestra ciudad, de mujeres de entre 35 y 65 años que acudían a las consultas llorando sin saber explicar que síntomas tenían. La mayoría repetían la misma cantinela “No podría explicarle que me ocurre. No siento dolor físico, ni creo que esté enferma. Sólo sé que no puedo seguir con mi vida. Me siento triste y cansada y no sé por qué”.

Estas palabras me dejaron en su momento un poco impactada. Pensando que nada en la vida es casualidad, y que detrás de estas confesiones se escondía algo mucho más complejo, imposible de atajar con simples fármacos. Ya sabemos que en este mundo acelerado, patriarcal, y despreocupado por los males femeninos, sino es desde un análisis feminista, a pocas conclusiones satisfactorias vamos a llegar.

Tal y como en su día aseguró el Ministerio de Sanidad, los psicofármacos, son los medicamentos que más se venden en nuestro país. Siendo las mujeres, las grandes consumidoras. Algo coincidente en todos los países desarrollados, sin excepción. España, es de los primeros del mundo, donde más se recetan psicofármacos desde atención primaria y esto, aunque la comunidad médica no lo quiera ver, es un problema grave.

Las desigualdades sociales, la excesiva carga de trabajo, la falta de conciliación laboral y familiar, la inexistencia de tiempo para el ocio, los altos niveles de auto exigencia y la obligatoriedad de cumplir como madre, trabajadoras, amantes y amigas... nos lleva a las mujeres, poco a poco, a un nivel de estrés y ansiedad insoportable. Es el momento del cortocircuito, del desenchufe. Un día, todo se para de repente, sentimos que nuestro cuerpo pesa una tonelada, somos incapaces de dormir y mucho menos de concentrarnos. La tristeza la migamos todas las mañanas en un café sin azúcar, para no engordar y nos tragamos la angustia a ser posible en silencio, para que nuestro entorno no perciba que algo va mal. Y con esta frase “me encuentro mal y no sé por qué”, van pasando una detrás de otra, centenares de mujeres colapsadas, que salen de consulta con una bolsa de pastillas bajo el brazo con la esperanza de que su médico de cabecera, haya dado con la solución a su problema.

El excesivo consumo de psicofármacos en mujeres adultas, ha sido sin duda, motivado por la necesidad de que éstas puedan afrontar situaciones cotidianas de estrés, tensión, incertidumbre o tristeza. Se medicalizan todos los ciclos vitales de la mujer: la menstruación, la maternidad, la menopausia y la soledad. Es evidente que ni la sociedad ni las instituciones, ahondan realmente en las causas. Sólo se prescribe medicación, si saber cómo afectará al metabolismo y al cuerpo de las mujeres. Sin prestar demasiada atención a posibles secuelas y sin pararnos a pensar que por no cambiar un modelo que está destruyendo la salud de las mujeres, estamos convirtiéndolas en adictas y enfermas.

Los problemas que generan este malestar en las mujeres, se pueden resolver sin empujarlas a futuras adicciones. En el caso de la salud mental, no se valoran los factores psicosociales de la paciente, no se le pone nombre y apellido a los problemas que ocasiona mantenerla prisionera en una estructura patriarcal a toda costa. De forma generalizada, se diagnostican cada vez más enfermedades mentales como la depresión o la ansiedad en mujeres, sin razón concluyente. La psiquiatra Marcia Angell, ya lo denunció hace siete años en The New York Review of Books. Medicalizar, sin investigar las causas, implica seguir cometiendo los mismos errores. Convierte a las mujeres en dependientes de fármacos para poder seguir con su rutina diaria, porque seguimos diseñando el mundo y las relaciones sociales desde un prisma androcentrista, que ya sabemos a quién beneficia.

También nos queda la opción de comprometernos de verdad. Incluir y pensar en las mujeres, en los ensayos clínicos para asegurarnos, por ejemplo que van a metabolizar los fármacos de forma correcta y no dar por hecho que con hacer experimentos con hombres es suficiente, o crear redes que favorezcan el reparto equitativo de las tareas del hogar y el cuidado de la familia. Aunque yo me decantaría más por aparcar a un lado el cinismo. Por favor, no insulten nuestra inteligencia, porque bien sabemos que el debate sobre víctimas y verdugos sigue abierto, con una clara intención. Que nada cambie, para que el lucrativo negocio farmacéutico siga creciendo y las mujeres sigan soportando el peso de una sociedad enferma y egoísta que las quiere dormidas y ausentes.