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Actualizado: 18 sep 2018 / 21:48 h.
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La señora alcaldesa de la ciudad de los discretos –solo tienen que remar 138 kilómetros río arriba– se buscó a un grupo de propios –y propias, no se enfaden– bien incentivados para que le dijeran lo que quería oír. Ni más ni menos. Como la bruja del cuento, encontró su propio azogue para preguntar cada mañana: «Espejito, espejito, ¿a que la Mezquita de Córdoba solo pertenece a los cordobeses y las cordobesas progresistas, sostenibles y con perspectiva de género?». Pues ese es el cuento ridículo que se ha marcado, con el palmoteo de los de siempre, la famosa doña Isabel Ambrosio, primera edil de aquella ciudad que en su vieja heráldica se proclamaba «casa de guerrera gente y de sabiduría clara fuente». Pero eso era antes, como proclaman –escépticos– esos viejos desengañados que han visto pasar tantas cosas por delante de su ventana.

¿Quién podría haber imaginado una situación parecida hace sólo diez o quince años? Ahora no importa la verdad, sino el dictado de ese pensamiento único que amenaza con convertirnos en un inmenso tropel de estúpidos que no cuestionen a ciertos gurús. Al frente de la tropa de expertos que quieren desamortizar la catedral cordobesa a su legítimo dueño –el cabildo de canónigos– se encontraba la vice del gobierno –autora intelectual del famoso informe– y cierto personaje que se vende al mejor postor. Las flechas bordadas en rojo en su camisa azul quedaron definitivamente atrás. Lo dicho: prietas las filas. El tiempo de los imbéciles ha llegado para quedarse.