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Actualizado: 14 ene 2017 / 19:57 h.
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Hace unos días me sorprendió la publicación de los resultados de un estudio centífico realizado por investigadores de un tal Instituto George de Salud Global en Sydney (Australia). Que me sorprendió es poco decir, lo cierto es que me parece un embuste como una casa. ¿Pues no que dicen que han descubierto que los cambios meteorológicos no tienen relación alguna con el aumento de los dolores óseos o musculares? Vamos, que se propusieron desmontar siglos de experiencia popular y efectuaron el seguimiento de un millar de personas con historial clínico de dolores lumbares y articulares para concluir que las variaciones de humedad, viento, temperatura, presión atmosférica o precipitaciones no guardan relación alguna con la aparición o el agravamiento de los síntomas de la lumbalgia o la artrosis.

Lo que tú digas, Instituto.

Que mi madre anunciaba el viento de levante (el solano, decia ella) con una precisión de física cuántica cuando no existía ni el Instituto Nacional de Meteorología y van a venir éstos a demostrarme lo contrario. («Uyyy cómo tengo la rodillaaaaa. Mañana cambia el viento». Y cambiaba, vaya si cambiaba). Y que cuando a mí me da un ataque de lumbalgia siempre me encuentro con un par de conocidos en la misma situación a ver si no va a ser algo del tiempo, porque vírico ya sabemos que no. Ese estudio científico asegura haber desmontado una creencia extendida secular y universalmente por puro capricho, parece decir. Lo que esto nos conduce a pensar no es algo que yo haya inferido espontáneamente, sino que ya en muchos ámbitos se cuestiona públicamente la gran cantidad de estudios científicos que se realizan y cuya utilidad es más que dudosa. Es decir, que lo que demuestran después no sirve para nada, bien porque no está suficientemente contrastado, bien por su carácter meramente especulativo.

No hay más que ver las investigaciones que son premiadas con los IG Nobel, esa especie de premios Nobel alternativos, claramente de pitorreo, que se otorgan a los estudios científicos más estrafalarios de cada año. Estudios de verdad, en los que se emplean científicos y especialistas de verdad y se invierten presupuestos de dinero real, pero que no pretenden más que comprobar teorías curiosas o directamente jocosas. Recuerdo uno de los premios IG Nobel de Medicina para los estudios de un equipo científico sobre los efectos de la respiración por un solo agujero de la nariz sobre la capacidad cognitiva, y aquél que distinguió a los investigadores que tuvieron durante meses a un montón de ratas con unos minúsculos pantalones para averiguar el efecto de las prendas de poliéster sobre la capacidad reproductiva.

En fin, que con la cantidad de destinos que se pueden dar a estas inversiones no debería estar permitido dedicar dinero y talento a investigaciones de pacotilla, porque luego encontramos a unas pocas niñas de Barcelona que se ponen a hacer pulseritas para recaudar dinero con el que financiar la investigación contra el cáncer infantil y en realidad me produce más vergüenza que emoción. Mi enhorabuena a las chiquillas por el éxito de su candorosa iniciativa, pero honestamente creo que su hazaña (han recaudado en torno a un millón de euros, creo recordar) es un zasca en toda la boca para un Estado y una sociedad que no sabe administrar sus recursos como es debido.

Y a los australianos del estudio sobre el tiempo y los dolores sólo nos queda decirles que para semejante bodrio con el que tal vez pretendían salir en los titulares de las noticias curiosas, mejor deberían haber invertido su presupuesto en pulseritas