La verea

#8M

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Ezequiel García ezegarcia85
10 mar 2019 / 12:31 h - Actualizado: 10 mar 2019 / 12:33 h.
"La verea"
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Eran las 7.15 de la mañana. Con un leve toque en mi pie derecho o izquierdo, dependiendo de cómo me cogiera el sueño recurrente de ser Jesús Hermida en una televisión norteamericana, me despertaba cuando aún los móviles eran del tamaño de un ladrillo. Mientras me lavaba la cara o me duchaba, según el frío de la mañana, sonaba el golpeo unísono de la cucharilla en el vaso de leche calentita.

Me vestía con la pereza de anhelar ese ratito de más en la cama que cada mañana te atrae con un imán antes de comenzar un nuevo día en la escuela. Bajaba, compartíamos la primera charla de la mañana, si no tenía que irse algo más temprano a trabajar y cada cual cogía su camino. Dos obligaciones diferentes, mismo destino.

En el aula de mi querido colegio Salesiano de Carmona, cuando surgía el debate siempre defendía su postura, la que he visto desde que nací en mi santa casa, algo que por aquellos años 90 no era tan común como ahora. Tras la feliz jornada escolar, llegaba a casa y almorzábamos casi toda la familia junta, excepto quien calentó mi leche por la mañana y me despertó. Reparto de tareas y listo.

Por la tarde, la misma rutina de siempre desde que tengo uso de razón escolar: las tareas, un rato de TV y jugar en la calle con los amigos, donde había paridad y disfrutábamos de risas y charlas eternas, de esos primeros amores o de consolar a uno u otra según los vientos y las hormonas quisieran.

Por la tarde, llegaba con el cansancio acumulado de una larga jornada y, casi siempre, preparaba la cena, no sin antes ir a comprar a alguna de las tiendas la cesta de la compra de la semana, pues sabía perfectamente que era más rentable que comprar por mes. Le conocían todos los dependientes, cajeras y personal por ser una persona ágil en pescaderías, carnicerías y tiendas varias, pillando ofertas o el mejor género disponible. Recogía, junto con nosotros, con dolores en sus huesos y articulaciones, y caía en los brazos de Morfeo solo tocando levemente su sillón preferido. Y los fines de semana, tanto mi hermana como yo, teníamos la misma hora de recogida, sin distinción alguna, sin favoritismos de macho alfa. La misma que para recoger la mesa, el dormitorio o la paga de la semana.

No. No estoy describiendo a una madre que ha vivido en un hogar patriarcal. Hablo de mi padre, albañil en activo que sigue haciendo lo mismo aunque nos hayamos ido de casa ya mi hermana y yo. En ésta jamás dijo “ayudo a tu madre”. Asumía su rol de que tanto él como ella tenían que repartirse equitativamente las tareas de la casa y la crianza de sus dos hijos. Creo que mal no ha salido. Tengo una familia en la que tanto mi padre como mi madre son trabajadores y no conozco otra forma de vida que la que se ha puesto siempre en la balanza del reparto de tareas cotidianas.

Me he criado en un hogar donde la igualdad y equidad entre hombre y mujer han estado presentes hasta el último día que viví allí. Por eso vengo de un hogar feminista. Así nos han criado a mi hermana y a mí y ese es el ejemplo que intento dar ahora a mi alumnado y daré el día de mañana a mi descendencia. No voy a tolerar que me impongan ningún pensamiento unitario ni que me den lecciones de cómo actuar o qué camino escoger. A mí la lucha del #8M me lo enseñaban a diario y es turno de que las nuevas generaciones la asuman.

Con esto quiero decir que hay que seguir reivindicando el #8M cada mes de marzo en una marea violeta que recuerde que la sociedad debe ser feminista. Sólo tienes que buscar la palabra en la RAE. Y que comparto que ha de ser un movimiento político: sólo así se lograrán cambiar los datos de la desigualdad. Pero jamás debe ser partidista: ningún partido debe ni apoderarse ni tumbar o tratar de manchar lo que debe ser una lucha transversal. Nada de revoluciones. Ésta las carga el diablo. No quiero violencia.

Desde la aceptación de que hombres y mujeres somos -o deberíamos ser- iguales en derechos y oportunidades pero aceptando que somos diferentes y alegrándonos de esa riqueza que nos da la diversidad, tenemos que trabajar todos juntos por combatir el machismo que sigue más vivo que nunca, sorprendentemente, entre los más jóvenes. Eso sí que es una verdadera lacra. ¿Cómo es posible que varias leyes educativas después, tras más de 40 años de democracia, con miles de campañas casi el 30% de los jóvenes vea ‘normal’ la violencia de género en las parejas y que el 80% de la juventud entre los 15 y los 29 años haya conocido malos tratos?

En definitiva, ahí está el verdadero caballo de batalla. Nada de imposiciones ideológicas ni zarandajas como cambiar las oes por aes o por @. Acabemos con el machismo y el hembrismo. Trabajemos todos juntos desde la diversidad de género por un feminismo real desde la cuna para que deje de haber mujeres muertas por la cobardía de asesinos, no del hombre. Tras la consecución de la igualdad, busquemos la tan necesaria equidad. Esa equidad real de la que yo mamé cuando escuchaba el sonido de la cucharilla en el vaso de leche caliente de cada mañana.