En el arte del entretenimiento no hay otro secreto que una buena historia que esté bien contada. Secreto, sin embargo, nada sencillo porque cabe que la historia sea buena, pero que la habilidad del sujeto que la narra deje mucho que desear, o que, al contrario, sea una historia sin volumen que, dominada por los recursos de un guion creativo, llegue a subyugarnos.

Las palabras y las imágenes que crecen unidas en un compás narrativo, tienen la facultad de activar nuestra imaginación, que a través de los recuerdos intelectuales y sensoriales recrea un mundo paralelo con visos de realidad. Por eso regresar a los terribles crímenes de Alcàsser, al imperio faltón del desbordante Jesús Gil, a la infancia robada de los integrantes del grupo musical Parchís o a la caída en el infierno de Diego Armando Maradona nos tiene trastocados, con la sensación de que estamos viviendo de nuevo acontecimientos que apenas eran retales de bruma.

Son cuatro buenas historias que, además de estar bien contadas, no necesitan una recreación cinematográfica con actores y escenarios de cartón. A los espectadores se nos hace más atractivo repasar aquellos viejos cortes de televisión.

A los ejemplos recién propuestos me remito, mezcla de imágenes de archivo con entrevistas actuales a las personas implicadas con el devenir de aquel o aquellos protagonistas. Sobre este esquema reflexionamos acerca de lo sorprendente que fue nuestra convivencia con tan extraños sujetos y sucesos, así como de lo mucho que han cambiado los usos y costumbres, sobre la poca cosa que somos los individuos (<>) y sobre el bien y el mal que cabe en nuestros bolsillos. Miram, Toñy y Desirée; Antonio Anglés y Miguel Ricart; Fernando, el padre justiciero, y su siniestro socio de conspiraciones y platós; Jesús Gil y sus apandadores; la ficha roja, la verde, la azul, la amarilla y el dado de Parchís; el Pelusa y la Camorra... y dale carrete.

Pero, ¿de verdad que son buenas historias? Lo son, como podría serlo cualquier otra que muestre las grandezas y vilezas de una estrella que detrás de su gloria esconde una mina por explorar. Que se preparen los fantasmas de Lola Flores, de Miguel Gila, de los divos del bel canto, de los hermanos Izquierdo (los de Puerto Hurraco), de Luis Miguel (el torero) y sus conquistas, de Lina Morgan, Di Stéfano y hasta de la mismísima Gracita Morales. Ya lo saben: basta una buena historia que esté bien contada.