Destinos inventados

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26 jul 2016 / 21:19 h - Actualizado: 26 jul 2016 / 22:37 h.

Cuentan que, cuando acabó la guerra civil española, un campesino reunió a su familia alrededor de un par de gallinas recién sacrificadas y preparadas con tomate, cebolla y zanahorias. El hijo mayor preguntó a qué se debía aquel banquete si la guerra la habían ganado los otros. Precisamente por eso, mejor comer bien una última vez, contestó. Todo ha acabado, padre. Sin levantar la mirada, el campesino volvió a contestar. No, ahora comienza lo peor. Dos días después un grupo de falangistas llegó al pueblo y fue llenando un camión con labradores que habían sido señalados por esto o aquello. Cuentan que ninguno sobrevivió.

Aquel hombre debía saber que son los malos los que siempre terminan ganando porque en las disputas suelen llevarse el gato al agua los que gastan más mala leche. Y por ello no imaginaba que él no viajaría en aquel vehículo. Creía haber destrozado su vida por mantener una postura ideológica, por arrimarse a lo que creía justo. Algo no terminaba de entender, faltaba una pieza en el puzzle.

Justo antes de morir le visitó el alcalde. Se sentó a los pies de la cama y habló con él. Nunca lo había hecho hasta ese momento. Fue justo antes de salir de aquella habitación cuando se dio la vuelta y dijo «con mucho gusto te hubiera enviado en el camión, pero a ti quería verte morir después de apechugar con estos años de miedo. De lo que me encargaré ahora mismo es de tus hijos y de tus nietos. Esos van a catar los barrotes».

Cuentan esta historia. Cruel y gris.

Quizás son estas cosas las que nos recuerdan que el destino está escrito. En el cuaderno de otros.