El aumento incesante del turismo congestiona y casi satura los centros históricos de las ciudades, contribuyendo a un malestar difuso entre vecinos y visitantes que sienten un cierto agobio por la masificación. El problema planteado tiene varias formas de abordaje, una de ellas es la promoción de los recursos turísticos menos explotados de barrios más alejados del centro o de localidades del área metropolitana.
Sevilla, con uno de los cascos históricos más extensos de España, tiene que plantearse una cierta deslocalización o descentralización turística y cultural que conecte con las nuevas demandas de un nuevo tipo de viajero que huye de las multitudes y busca experiencias más alternativas, más auténticas y originales como la cocina popular, la artesanía o la creatividad de diseñadores y artistas locales.
Barrios como Malasaña en Madrid, Södermalm en Estocolmo, Gracia en Barcelona, Kreuzberg en Berlín o Dalston en Londres son ejemplos de esta nueva tendencia que se consolida en la mayoría de las ciudades más atractivas desde el punto de vista turístico.
Una fábrica abandonada reconvertida en espacio cultural polivalente o zonas en rehabilitación pueden convertirse en focos de atracción para artesanos y artesanas que renueven con espíritu emprendedor una oferta de nuevas experiencias y emociones para las personas que buscan conectar con la autenticidad perdida en los centros urbanos repletos de franquicias multinacionales.
Amsterdam y Barcelona están fomentado el turismo en barrios periféricos con incentivos a los hoteleros y rebajas en el transporte urbano, en el caso holandés y con planes de turismo de distrito en la capital catalana. En el área metropolitana de Sevilla, el Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache acaba de abrir una oficina de información turística y promociona un interesante yacimiento arqueológico del siglo III antes de Cristo en el barrio del Monumento, lo que constituye un buen ejemplo de deslocalización de la oferta.