Dioses ofendidos

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09 jun 2018 / 23:02 h - Actualizado: 09 jun 2018 / 23:05 h.

Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. El cura cogió la Biblia por las tapas y se la acercó a la boca para besarla. Los feligreses se sentaron en los bancos, los que no tenían sitio se quedaron en pie. Misa de ocho de la tarde de un domingo cualquiera, normal que estuviese llena con gente del barrio. La mayoría venían de pasar el día con la familia. Pese a que el calor ya había hecho acto de presencia, era pronto para el éxodo a las playas y para que las misas de la tarde fueran quedándose vacías. Era como digo un séptimo día como tantos otros, así que nadie podía imaginar que aquella tarde noche iba a ser distinta a las demás. Cuarenta minutos, a lo sumo cuarenta cinco, y luego a casa a cenar y ver los resúmenes de los partidos de liga, ese era el plan escrito con el que se terminaban los días del señor.

El joven sacerdote de barbas y gafas negras, vestido con alba blanca y estola verde, tardó unos segundos más de los habituales en empezar su homilía. Cuando lo hizo había dejado de oírse el crujido que hacen las juntas de los bancos de madera al recibir el peso de los fieles. Hecho el silencio, el cura empezó su sermón: «Dios sí, ¿pero qué Dios?», y una nueva pausa aún más larga que la anterior. Si en todas las homilías un tanto por ciento elevado de feligreses no pueden evitar que la cabeza se les vaya a sus asuntos –organizar la semana entrante o sencillamente caer en un sopor vigilante y rutinario– aquel impasse consiguió que muchos fijasen la mirada en el púlpito desde donde aquel enjuto sacerdote prosiguió la homilía. «¿Qué Dios? ¿Un Dios amor, un Dios indulgente y compasivo, un Dios que salva del martirio a la prostituta, que muere en la cruz y perdona los pecados del mundo? El Dios de los pobres, de los marginados, de los que no tienen ni pan ni esperanza, ¿es este el Dios que estamos celebrando aquí? O alguien está pesando en ese otro dios que muchos veneran y al que llaman horriblemente cristo rey. ¿Es este el dios que nos llama? Un dios vacío, de sacramentos sin consecuencias, de incienso y de velas, un dios vengativo al que pintar con espada justiciera y no con llagas en las manos, un dios severo, sin misericordia, un dios de rezo, patrias, himnos, palmadas en el pecho e hipócrita misa de domingos. Pues sabed que yo me cago en este dios». El cura se calló abruptamente para que su última frase retumbase en las paredes de la iglesia. Cuando añadió «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», ya había señores de verde y señoras con bolso charol abandonando el templo.

Hasta donde sé no se presentaron denuncias contra el cura por parte de ninguna asociación de abogados cristianos. Tal vez porque eran otros tiempos, había libertad de expresión sin remilgos. Y tal vez porque, como nos enseñó aquel cura, el sentimiento religioso no se ofende, sino que ama. Quedad en paz.