El bailarín

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19 ene 2017 / 14:42 h - Actualizado: 19 ene 2017 / 14:44 h.
"Excelencia Literaria"
  • El bailarín

Por Irina Galera, ganadora de la X edición de Excelencia literaria

Todos los sábados, a las nueve de la noche, Jack Miller bailaba un vals en un templete cerca del paseo marítimo, un lugar donde turistas y recién casados solían hacerse fotos cuando el ocaso iluminaba el mar.

En aquella danza solitaria coincidía Jack con un grupo de muchachos que se reunían en el muelle para fumar y beber. Cada sábado los chicos se reían de él. Le llamaban «El loco del baile» o «El eterno solitario». Bromeaban entre ellos al preguntarse cuál de los cinco amigos acabaría como él.

—Puede que su novia sea invisible.

—Es un colgado; seguro que se droga.

—Su familia lo habrá echado de casa porque se gasta en vicios todo el dinero que gana —ametralló con palabras uno de los chicos.

—Yo creo que no mendiga, sino que roba —replicó otro.

—¡Es un loco! —añadió el quinto—. Danza consigo mismo porque nadie quiere bailar con un majareta.

—¡Majareta! —le gritó uno de ellos, para que Jack le oyera.

Todos rieron a coro.

Los sábados, a las nueve de la noche, Jack Miller danzaba como si bailara con Sara. Se conocieron cuando eran unos niños: Jack tenía doce y Sara un año menos. Fueron buenos amigos hasta que dejaron de verse, pues la familia de Jack se mudó a Londres un año después. Con el tiempo se olvidaron uno del otro, hasta que Jack regresó al puerto para quedarse. Poco a poco recuperaron su amistad y empezaron a salir. Los sábados Jack pasaba a recogerla al restaurante donde ella trabajaba de camarera y daban una vuelta por el centro, cenaban en un italiano y luego, sobre las nueve, acababan en el templete, en donde bailaban bajo las estrellas sin necesidad de música.

Cuando Sara enfermó, le rogó a Jack que nunca dejara de bailar.

—El baile es el idioma del alma —le dijo con una de sus últimas sonrisas.

Jack cumplió su promesa.

A los setenta y cinco años seguía bailando bajo la misma luna y sobre el mismo suelo. Bailando con ella, tal vez. Bailando para ella, seguro. No escuchaba ni los gritos, ni los insultos, ni las risas. Todo aquello no le importaba.