El foco sobre la cabeza

Opinión

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29 jun 2018 / 19:23 h - Actualizado: 29 jun 2018 / 20:26 h.

La primera vez que me senté en el plató de El Correo TV, temí que en cuanto se encendiera el piloto rojo de mi cámara no supiera hacer otra cosa que balbucear como un lactante cualquier sarta de idioteces. Creo que efectivamente pasó algo parecido, porque luego todos me felicitaron –signo inequívoco de que has estado fatal–. Entre las razones de ese miedo estaba el foco que, desde las alturas, me escupía su chorro de luz en esa especie de helipuerto ilegal que es mi frente. Los focos de la tele, como los de los interrogatorios supongo, ponen muy nervioso. Uno –al menos, la primera vez– se siente absolutamente desnudo y frágil, expuesto ante la lupa del público como un mosquito espachurrado en el portaobjetos de un microscopio. Sentirse observado, como se sienten los profesores y los políticos –entre otros–, es un papelón. Pero qué importante es el oficio de enseñar, qué importante el de gobernar, qué importante el de informar. En las sociedades libres y plurales, en las que viven al amparo de las leyes y no de los caprichos ni las conjuras... qué importantes son los focos. Lo que amedrenta al observado –como aquel día me acongojaba a mí, por novato, en un estudio de la tele– es lo que protege a los demás: que las cosas se sepan, que la verdad se cuente, que las opiniones circulen, que los conocimientos se difundan, que las voces suenen, que las diversidades se muestren, que lo pequeño se haga grande... bajo la luz de los focos. La televisión es no solo un vehículo de informaciones y otros contenidos: es una prueba; el testimonio vivo y más popular de que una sociedad se escucha a sí misma, se habla a sí misma, se interesa por sus cosas. No me imagino ningún papel, por más sellos y rúbricas que lleve, por más retórica administrativa que emplee y por más solvencia procedimental que gaste, con la suficiente legitimidad como para ordenar que se apaguen los focos, sean estos más o menos potentes; para imponer que se callen unas voces, sean estas muchas o pocas, graves o agudas. La libertad no es una cuestión de cantidades ni de megawatios. Hoy nos sentimos observados. Pero el foco no está sobre nuestra cabeza.