El país de los muertos vivientes

El sentido de la vida de millones de españoles es desenterrar a Franco, unos para que vuelva a gobernar y otros para enterrarlo de nuevo en un lugar más humilde, que pase de un palacio a un apartamento

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25 ago 2018 / 18:17 h - Actualizado: 25 ago 2018 / 22:41 h.
  • El país de los muertos vivientes

España, en general, y Sevilla, en particular, se han convertido en una universidad puntera, especialista en Ciencias de la Necrofilia. He aquí dos capítulos y una conclusión que lo demuestran.

Capítulo I. ¡Viva Franco!

Estoy harto de Franco, antes, cuando vivía, por culpa de los vencedores; ahora, muerto desde 1975, a causa de los vencidos. Pero he caído en la cuenta de que hay otra forma más constructiva de enfocar el asunto. ¿Qué persigue el ser humano en su vida? Unas señas de identidad para darle sentido a su existencia. Pues el sentido de la vida de millones de españoles es desenterrar a Franco, unos para que vuelva a gobernar y otros para enterrarlo de nuevo en un lugar más humilde, que pase de un palacio a un apartamento. Y yo creo que todos los elementos humanos o materiales que sirvan para que el ser humano sienta placer y aspire a la felicidad son dignos de elogio. Por tanto, el grito que encabeza este capítulo no es político sino ético, filosófico, filantrópico, integrador.

Los problemas de España son ahora mismo, entre otros, Cataluña, su separatismo, la reorganización de España, la pobreza y cómo afrontar un siglo XXI aterrador con mayoría de viejos y una minoría de jóvenes sin apenas cotizaciones sociales, sin contar con que la Inteligencia Artificial se comerá más puestos de trabajo y el futuro es para las personas muy formadas y para los que les sirvan la mesa. El problema de España es invertir mucho más en I+D y en la formación humanística de sus ciudadanos pero si el personal prefiere dedicarse al oficio de enterrador o desenterrador está en su derecho. Mis alumnos –futuros periodistas a punto de salir al mercado– no tienen ni pajolera idea de Historia y eso es básico para comprender el mundo («conocer el pasado para comprender el presente») pero si nos inclinamos por seguir con una guerra que terminó en 1939 y a la que los jóvenes apenas han estudiado, adelante.

Unos no olvidan a Franco y firman escritos elogiosos, otros nunca han condenado su proceder, son coherentes y le agradecen los servicios prestados –a nivel nacional e internacional– porque los libró del comunismo y del ateísmo, es decir, les aseguró sus lentejas que vieron en peligro. Otros quieren memorizar la Historia borrándola cuando la Historia ya está borrada desde hace tiempo junto con la Filosofía: borradas como maestras de la vida y marginadas en los planes de estudios. Pero sigamos adelante con este nuevo Cid Campeador llamado Mío Cid Franco que –aunque quitaran de en medio sus estatuas ecuestres– continua al frente de la opinión pública española, muerto, cabalgando sobre el empeño de los hispanos en mirar hacia atrás a estas alturas, en lugar de haberlo hecho Felipe González en su día pero, claro, hay que ir de progres para quitarle votos a Podemos. Y no queda ahí la cosa, a Mío Cid Franco le acompaña Queipo de Llano. ¡Qué alegría! ¡Esto es un país de zombis!

Capítulo II. Queipo y otros

Veamos, veamos. Queipo de Llano, don Gonzalo, mató a mucha gente, un genocida. Pues hay que desenterrarlo de un lugar sagrado como es la basílica de la Macarena, quemar lo que quede de él y meterlo en el columbario que construya la Hermandad. Eso como un mal menor. También podríamos clonarlo, juzgarlo y condenarlo pero mejor sería lo primero porque me conozco yo a algún que otro abogado defensor en Sevilla que sería capaz de que absolvieran a Caín.

Digo yo que eso de que Queipo esté sepultado en un lugar católico será problema de los católicos y de su conciencia pero como tenemos leyes terrenales que obligan hay que actuar, deben estar por encima de las de Dios aunque la Hermandad haya querido que este césar –a caballo entre Calígula y Nerón– esté mezclado con los asuntos sagrados, los católicos sabrán por qué, a fin de cuentas San Pablo se cargó a todo el que quiso y al final lo perdonaron, lo bautizaron y ahí está, en los altares y hasta le da nombre al aeropuerto.

Sigamos. La Hermandad de San Gonzalo y el barrio del mismo nombre ya pueden ir pensando en cambiar de denominación porque no podemos dejar el trabajo a medias. Que se llame El Tardón y ya está, y vamos a declararlo de interés histórico por ser cuna o barrio de cría de Los Morancos, Isabel Pantoja, Los Montoya, Lole y Manuel, Pilar Astola, Susana Díaz... O, mejor aún, que se llame Núcleo Residencial Susana Díaz. ¡Ostras! ¡Qué puntazo con la jefa se me acaba de ocurrir! ¡Por algo soy catedrático! A lo mejor le da licencia a El Correo TV por decreto que ahora eso se lleva mucho.

Prosigamos, nos vamos a ir a la catedral. Allí está el cuerpo de Fernando III, el conquistador de la ciudad. ¿Qué hacemos con él? Porque este señor se cargó a los habitantes de Sevilla en 1248, ¿no fue otro genocidio o crimen de guerra? Si don Gonzalo mató rojos, don Fernando se quitó de encima al Islam y tal vez por eso lo nombraron santo, otro asunto de los católicos y su conciencia. Ah, pero nada humano nos debe ser ajeno, no tenían derecho don Gonzalo y don Fernando a matar a nadie, hay que ser tolerante, la paz, la inclusión y la alianza de civilizaciones por encima de todo.

Viajemos fuera de Sevilla, a Cádiz. ¿Qué hace José María Pemán enterrado en la catedral si el tío era franquista y joseantoniano? ¿Y cómo vamos a permitir que los Reyes Católicos reposen en la Capilla Real de Granada si liquidaron al Reino Nazarí y con él a los antepasados de los migrantes actuales y a las raíces de Al–Andalus, tan reivindicado por el yihadismo? Aquí se presenta un problema porque la reina Isabel bien podría ser una feminista de pro pero si así fuera no se hubiera declarado católica sino hermana de la Cofradía del Coño Insumiso.

Al que no perdono es a Trajano, otro genocida que se cargó a los dacios en Dacia, la antigua Rumanía, antepasados esta vez de nuestros inmigrantes rumanos. Hay que cerrar al público el lugar donde nació, Itálica, quitar el nombre de Trajano a la calle Trajano, en Hispalis, hay que reivindicar el derribo de la Columna de Trajano, en Roma, y, si es necesario que Itálica siga abierta por las actividades culturales, levantar allí un monumento en memoria de los dacios. Oye, pero eso de Dacia, ¿no es una marca de coches?

Conclusión

Y ahora, díganme ustedes si con estos saberes mortuorios, con esta sensibilidad hacia la vida, con estas miras de futuro, con estos conocimientos históricos y hasta de la industria del automóvil e incluso del sector hípico –porque tanto Franco como Queipo, Nerón, Calígula, Trajano, San Fernando o San Pablo iban a caballo–, no se merecería nuestra universidad española y sevillana –especialista sobre todo en Ciencias de la Necrofilia– estar entre las diez o veinte primeras de los rankings mundiales.