Esperanza

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03 nov 2018 / 07:06 h - Actualizado: 02 nov 2018 / 13:08 h.
  • Esperanza

Hace una semana nos habíamos enredado en los pros y los contras de estas salidas extraordinarias. Pero hay hechos y oportunidades que nos obligan a desdecirnos. La Esperanza reinó sobre la tarde otoñal del día de Todos los Santos hasta borrar cualquier atisbo de discusión. Una auténtica muchedumbre cubrió el recorrido –lentísimo por otra parte- desde la puerta de la capilla de los Marineros hasta su ingreso en la Catedral. No conviene distraer el verdadero fin de este traslado extraordinario. Se trata de conmemorar el VI centenario de una devoción que debió surgir en algún rincón de la iglesia medieval de Santa Ana.

Desde aquel primitivo icono, cuadro o retablo pictórico que encontraría el abrigo de una incipiente hermandad, la devoción y la corporación que la alienta y la custodia ha evolucionado hacia la pujanza de hoy. La Esperanza de Triana, una imagen que aún guarda algunos enigmas, es uno de los pivotes indiscutibles de la religiosidad sevillana. Su cofradía supo dotarla de un universo sensorial propio que, como en la Macarena, no fue ajeno a esos vientos regionalistas que reinventaron la Semana Santa de Sevilla con la meta de la exposición iberoamericana en el horizonte.

La Esperanza está en la catedral entronizada en su paso, esperando su vuelta jubilosa al barrio sin el que no se entendería su nombre. Su salida, al final, ha sido tan oportuna como necesaria para llenar de esperanza este tiempo de tribulaciones en el que tanto cuesta encontrar el rostro de Dios. Volverá a su capilla, a su barrio y a su gente. Por seis siglos más.