Gitanos y castellanos en el origen del arte flamenco

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
26 abr 2018 / 23:34 h - Actualizado: 27 abr 2018 / 10:25 h.
"La Gazapera"
  • El cantaor José Menese acompañado a la guitarra por Antonio Carrión. / Efe
    El cantaor José Menese acompañado a la guitarra por Antonio Carrión. / Efe

El debate de si el flamenco es o no un arte gitano no es nuevo, sino muy viejo; se viene dando desde los mismos orígenes de este arte, aunque hay algo que no se puede discutir: cuando aparecen las primeras noticias del flamenco en libros o periódicos, sin llamarse aún flamenco, gitanos y gachés o castellanos ya compartían fiestas privadas y escenarios. Es decir que cuando el escritor costumbrista Serafín Estébanez Calderón (Málaga, 1799-Madrid, 1867) cruzaba el puente de barcas que unía a Sevilla con el arrabal de Triana, siendo gobernador de Sevilla, en 1938, para disfrutar de este arte en fiestas privadas o públicas, en esas fiestas estaban El Planeta y El Fillo, cantaores gitanos de Cádiz y San Fernando, respectivamente, y también La Perla y El Jerezano, que no lo eran. Al mismo tiempo, a mediados del XIX, en las academias boleras de los sevillanos Félix Moreno, Manuel de la Barrera o el antequerano Miguel de la Barrera, cantaban ya Ramón Sartorio, José Lorente, Silverio Franconetti o Enrique Prados, que no eran gitanos, y cobraban por su trabajo, luego eran profesionales del cante.

Cuando a partir de la sexta década del citado siglo comenzaron a dar flamenco en los cafés cantantes de toda Andalucía, también aparecían juntos en los cuadros flamencos artistas gitanos y gachés o payos. Es decir, que si Silverio y El Burrero contrataban a La Mejorana y a Gabriela Ortega, bailaoras gitanas de Cádiz y madres de Joselito el Gallo y Pastora Imperio, también contaban con los servicios de las hermanas Coquineras, de El Puerto de Santa María, o de Concha la Carbonera, que no eran gitanas. Y esa convivencia entre artistas gitanos y gachés, de distintos lugares de Andalucía, en cafés, teatros y compañías, sirvió para que se consolidara y desarrollara un arte nuevo que hundía sus raíces en la Andalucía más vieja, un verdadero crisol de culturas.

Es decir, que no es que hoy haya grandes figuras no gitanas que hayan podido aprender de los gitanos.

Ciertos tratadistas, historiadores, flamencólogos y artistas llevan más de un siglo intentando demostrar lo indemostrable, que el arte flamenco lo crearon los gitanos andaluces. Y algunos, como Antonio Mairena, llegaron a considerar intrusos a los andaluces no gitanos que cantaban, bailaban o tocaban la guitarra. Fue el que acuñó lo de cante gitano-andaluz y quien al referirse a Pepe Marchena lo llamó una vez «ídolo falso», cuando fue el amo del cante durante medio siglo y uno de los grandes genios del siglo XX, admirado e idolatrado por la mismísima Niña de los Peines, gitana, como solía decir ella misma, por los cuatro costados.

El arte jondo gitano

Que a estas alturas del siglo XXI, con dos siglos de vida pública de este arte universal y de convivencia entre gitanos y castellanos, venga ahora un grupo de intelectuales gitanos –o no tan intelectuales–, a exigir un papel oficial de la Junta donde se reconozca que el arte jondo es creación calé, «con aportaciones andaluzas», es un despropósito y un cachondeo. Y no entiendo cómo el señor Maíllo, de Izquierda Unida, se ha tomado en serio esta iniciativa que parece querer excluir a los no gitanos de un arte al que muchos han dedicado su vida entera. Sería negar la labor y las aportaciones de Silverio, Chacón, Marchena, Paco el Barbero, Fosforito, Menese, Morente, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Cristina Hoyos o Matilde Coral.

Si Demófilo se refería hace más de un siglo al «agachonamiento» del cante, los impulsores de esta absurda iniciativa hablan de «blanqueamiento» del flamenco, así, sin anestesia ni nada. Y hasta insinúan que hay una especie de interés en «eliminar al gitano» de este arte. ¿Izquierda Unida va a participar en esta aberración?