Hogares como el
de Marino Parejo

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Álvaro Romero @aromerobernal1
24 oct 2016 / 22:59 h - Actualizado: 24 oct 2016 / 17:44 h.
"Viéndolas venir"

Desde mucho antes de escribir mi primera novela, Pulpa de limón, siempre fantaseé con una casa infinita por la que vagara un ser taciturno y estrafalario como Marino Parejo. Tal vez porque, en la época de mi imaginación desbordada, hogares tan laberínticos con un solo habitante eran más propios de la ficción. De hecho, la casa que tomé como modelo, la de mi abuela, había sido desde antes de nacer yo una morada de puertas abiertas en la que los mulos y sus dueños, cansados de la jornada, atravesaban el portal, la salita, el patio del limonero, la cocina y otras dependencias antes de llegar a la casa paja avivada por patos, conejos, cochinos y hasta gallinas de esas que con la cabeza cortada revoloteaban por los tejados. El recorrido podía ser inverso desde el postigo. Cuando los hombres volvían hacia el pozo, junto a la lumbre, confundían a hijos con sobrinos y aun mantenidos de la calle, porque las familias de entonces eran de un número literariamente indeterminado.

La realidad egoísta, sin embargo, ha llegado a los confines de la literatura al ritmo de la especulación. El Instituto Nacional de Estadística augura que cada vez habrá más viviendas en España con menos personas dentro. Lo estamos viendo ya: el 25 por ciento de los hogares españoles está compuesto por una sola persona, lo cual no deja de ser contradictorio lingüísticamente, pues hogar viene de hoguera, de esa lumbre a la que se calentaban las familias apretujadas que ya no existen. El 21 por ciento son parejas sin hijos. Y el 16 por ciento, parejas con un solo hijo. Los hogares con más de cinco personas constituyen solo un 6 por ciento, o sea, una cosa rarísima.

El infeliz bienestar nos pudrirá de soledad en nuestros propios hogares sin lumbre, blanquísimos de Ikea como hospitales robados; silenciosos porque la algarabía de los niños fue destruida por la crisis; inodoros porque los pucheros siguen bullendo en las casas de los abuelos, en peligro de extinción