Busquen el palabro en el diccionario y saquen sus propias conclusiones. Seguro que se lo pueden aplicar a muchas aristas de la vida de hoy. La referencia semántica viene al pelo de las últimas perlas en política de género que salpican la sociedad de lo políticamente correcto. No hay que irse muy lejos para encontrar las famosas recomendaciones en clave lingüística –saltándose cualquier atisbo de pudor o vergüenza ajena– que la Junta de Andalucía ha hecho llegar a Facua para evitar un lenguaje presuntamente sexista. No merece la pena ahondar demasiado en la supuesta incorrección que supone llamar consumidores a los que lo son. La caza de brujas, ese neopuritanismo que fija nuevas claves de conducta y busca fantasmas donde no los hay, nos conduce a un mundo de pensamiento único en el que la inteligencia brilla por su ausencia.
Hay que comportarse y hablar como marcan ciertos guardianes que habrían sido felices en la Rusia bolchevique. Pronto reglamentarán cómo hay que sentarse en el váter para no ofender a algún colectivo insospechado. El último capítulo –dedicado a los piropos– roza el teatro del absurdo. Se está sustituyendo el sentido común, la educación y el buen gusto por unos nuevos códigos de comportamiento que han convertido a ciertos políticos en unas máquinas de repetir consignas que, a fuerza de ser repetidas, acaban por calar. Mientras tanto algunos resistiremos aferrándonos a la ortografía, las recomendaciones de la Academia y la libertad de pensamiento. Es lo que molesta a algunos que, al fin y al cabo, nunca han creído en la verdadera democracia: la de la inteligencia.