La fuerza del amor

Eres la tarde de viernes del adolescente, el despertador sin pilas de quien tiene sueño, la luz a la hora de la sombra y la sombra cuando castiga con fuerza la luz

18 mar 2018 / 00:32 h - Actualizado: 17 mar 2018 / 23:46 h.
  • La fuerza del amor

Soy uno de los hijos tuyos llamados a filas por un flechazo. El mismo que un día pasaba por tu puerta y no entraba, sabiendo como yo sabía que Tú vivías aquí. Ahora, con las verjas y las herrerías delante de mi confesión, debes saber que he rezado y meditado mucho pensando en las ocasiones que desperdicié sin dedicarte ni un segundo de mi vida. Ahora necesito pedirte por quienes no contemplamos las cosas importantes más que en situación de temor, y pedirte por las clausuras, por esas monjas que contemplan, que ponen su oración y su quehacer diario en tus manos. Y te dedican todo el tiempo del mundo. Siempre detrás de las verjas y las rejas. Por ellas, que un día se dieron a ti, y por todos los seminaristas que han decidido emprender el camino hacia el sacerdocio con la esperanza en el regalo de tu llamada, dispuestos a ver tu luz, la luz de Jesucristo, a sujetar el cáliz de la salvación y llevarlo por todos los rincones del mundo para propagar la fe en la vida eterna de tu infinita misericordia. Y caen todos los días en tu existencia.

Yo creo, Padre, en tu derecha y en tu izquierda. Yo creo en ti. Y hace tiempo que vengo a verte, a curarme, a tu sala de espera y al quirófano del alma. Yo estoy encantado de conocerte, egoístamente feliz, plenamente contento. Tú eres, Cristo de la Corona, el niño encontrado en la playa, el pozo de agua en la arena del desierto, la llave de la luz del pasillo, la cama de casa después de siete días durmiendo fuera; eres la moneda grande del músico callejero en la funda de su guitarra, la manta nueva de quien se queda al raso. Eres, Señor, el manjar de los manjares de todas las mesas, eres la carta, el sobre, y el sello, las hélices del ventilador de todos los amores.

Eres la tarde de viernes del adolescente, el despertador sin pilas de quien tiene sueño. Eres la luz a la hora de la sombra y la sombra cuando castiga la luz. El toldo en agosto, el abrigo cuando nieva. Eres la mesa y el mantel. El pan tierno. Y el médico. Eres el médico que sana, detrás de una verja, todos los males del mundo. Vengamos o no vengamos a verte.

Desde que me enamoré de ti, de esa humildad tuya a la hora de cargar con mis pecados, me siento responsable de hablar de tú. Y le hablo de tú al pecado. He aprendido a cogerlo por la solapa, a ganarle el pulso con la única fuerza del amor. Hay que hablarle de tú al prójimo porque el Señor de la Corona quiere que nos amemos los unos a los otros como Él nos ama. Hablemos de tú a la vida, sin miedo a lo poco que dura nuestro paso por aquí. Porque lo más importante no es cuántas cosas hagamos sino el amor con el que las hagamos. Tu capilla del Sagrario, Señor de la Corona de Sevilla, huele a resurrección, huele a ti, a vida eterna. Por eso te hablo de tú.