La guerra del ‘femijondismo’

Sin la mujer el flamenco no sería lo que es, sería solo un arte de hombres y no lo es, se pongan como se pongan las flamencólogas más activistas. Que hay machismo en este arte, seguro, supongo que como en otras artes

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
16 mar 2018 / 20:13 h - Actualizado: 16 mar 2018 / 23:21 h.
"Desvariando"

¿Qué es el femijondismo? Me lo acabo de inventar: el feminismo flamenco. Sí, las feministas flamencas le han declarado la guerra al machismo jondo, a pesar de que nunca había sido tan importante el papel de la mujer en un arte que ayudó a crear, como lo es ahora. No solo lo ayudó a nacer, sino a crecer y a desarrollarse, creando palos, estilos en determinados cantes, escuelas, etc. Es decir, sin la mujer el flamenco no sería lo que es, sería solo un arte de hombres y no lo es, se pongan como se pongan las flamencólogas más activistas. Que hay machismo en este arte, seguro, supongo que como en otras artes. Pero no hasta el punto de que esto suponga un problema, porque jamás ha habido ese problema en el flamenco. Entonces, si cuando había más machismo no salieron femijondas a dar la vara, ¿por qué ahora, que casi mandan las mujeres en el mundillo?

Hagamos un poco de historia. Cuando en el primer tercio del siglo XIX, aparecieron las primeras noticias del flamenco en teatros y fiestas privadas, la mujer flamenca ya estaba ahí. Y antes, las boleras, es decir, las que interpretaban la escuela bolera del baile, que en Andalucía tuvo mucha importancia, tanta que ciertas bailarinas revolucionaron el baile andaluz en Europa a mediados del citado siglo. Mujeres como Petra Cámara, La Nena, Josefa Vargas o Pepita Oliva. También Amparo Álvarez La Campanera, nacida en la Giralda en 1828. Esta no salió mucho al extranjero, pero fue una artista muy valorada y formó a discípulas y discípulos que llegaron a hacer historia en el baile, como Ángel Pericet o el Maestro Otero.

Uno de los argumentos que esgrimen las femijondas es que la mujer andaluza, sobre todo la mujer gitana, encontró siempre serias dificultades para poder dedicarse a este arte porque era una sociedad machista. Les ocurriría a algunas mujeres, gitanas o no, pero a otras muchas no solo no les sucedió sino que fueron apoyadas por sus padres, por su familia. Pongamos varios ejemplos claros. Cuando en la Sevilla de mediados del XIX, se celebraban fiestas boleras en las casas señoriales, solían ir boleras de prestigio, pero también unas gitanas de la Cava de Triana que «animarán la fiesta», según consta en decenas y decenas de gacetillas de la prensa local. ¿Se escapaban de sus casas, burlando la vigilancia paterna o del marido, o iban con total libertad porque vivían en parte de esas fiestas montadas por los gachés de dinero?

Un tal Peicker, de origen francés, organizaba fiestas para extranjeros en Triana en la misma época que la de las casas señoriales sevillanas, mediados del XIX. Y no llevaba a los guiris a casas de payos, sino de gitanos, cuando las calés de la Cava Nueva no bailaban como Manuela Carrasco, con bata de cola y zapatos de tacón, sino con el traje típico de las boleras, y bailaban playeras, liornas y zarabandas con zapatillas. Y cobraban por bailar delante de franceses, alemanes, ingleses y americanos. ¿O es que creen que vivían solo de hacer alcayatas o cántaros o de vender flores en la Maestranza? No, vivían ya del arte andaluz de cantar, bailar y tocar la guitarra, aunque Ricardo Molina y Antonio Mairena hablaran de una época hermética y la situaran en esa época e incluso más adelante.

Es cierto que algunas familias gitanas se negaban a que las hembras de la casa participaran en aquellas fiestas, y familias no gitanas también. ¿Por machismo o porque no estaba bien visto en la sociedad que las mujeres divirtieran a los hombres en fiestas o cafés cantantes? A lo mejor también por temor a que les ocurriera algo en aquellos cafés, donde raro era el día que no salía algún flamenco con las tripas en las manos. Sin embargo, cuando se abren estos cafés cantantes en Sevilla la mujer ya aparece en los carteles cantando, bailando y hasta tocando la guitarra. Dolores la Parrala, África la Peceña, La Carbonera, La Rubia Colomer, La Serrana, La Sordita y un largo etcétera. Algunas, por cierto, compartiendo escenario con sus padres, esposos o novios. Lo machista que era el gitano jerezano Paco la Luz, que se vino a Sevilla a buscarse la vida en los cafés con su esposa y sus tres hijas, dos de ellas artistas, las ya citadas Serrana y Sordita. La otra, Dolores, era costurera.

No hubo discriminación hacia la mujer en aquella época, aunque fuera una sociedad tremendamente machista, como era la andaluza de entonces. Es más, los flamencos eran un ejemplo de convivencia dentro del arte andaluz. Que venga una de estas femijondas y diga en qué café cantante estaba prohibido que cantaran o bailaran las mujeres. O qué sello discográfico de la época, ya en el siglo XX, le grabara nada más que a los cantaores. Incluso qué compañía, de las que iban al extranjero, llevara nada más que a machos ibéricos.

Ahora el debate está en cuántas mujeres y cuántos hombres participan en los festivales españoles. Una cuestión de cuotas, vaya, como si fueran funcionarias y funcionarios o empleados de una fábrica del Estado. Estos días ha salido el tema de las mujeres guitarristas, que apenas existen en los festivales, y es cierto. Había más en el siglo XIX, pero si desaparecieron no fue por culpa de los hombres, sino porque dejaron de dedicarse a la guitarra. Si no hemos tenido jamás ningún problema en que haya cantaoras y bailaoras, ¿por qué lo íbamos a tener en que haya guitarristas? Es fácil de entender. También se decía que no había mujeres flamencólogas o que ejercieran la crítica flamenca, porque era un arte machista, y ahora las hay y nadie se ha cortado las venas por eso. Las hay y son buenas, como hay también mujeres dirigiendo festivales nacionales e internacionales y ocupando cargos de relevancia en las instituciones, y no pasa nada.

Las femijondas tratan de empezar una guerra con el machiflamenquismo, que nunca ha existido. Jamás se había escrito tanto del machismo flamenco como ahora, cuando precisamente, repito, las mujeres desempeñan en la actualidad un papel primordial. Creo que esto ocurre por desconocimiento sobre la historia del flamenco, además de porque es la tendencia general en todos los campos.