La O de los Ariza

Esta familia de capataces lleva casi un siglo mandando el compás abierto de la fe de Sevilla con los riñones metidos en el tiempo racheado de sus calles y sus plazas

30 oct 2016 / 11:05 h - Actualizado: 30 oct 2016 / 11:05 h.
  • La O de los Ariza

¿Cómo habrá pasado la noche el alma de aquel decano de maestros del martillo que fue Rafael Ariza Aguirre? ¿Cómo habrá sido el susurro de la madrugada en las paredes de la trianera calle Antillano Campos? ¿Alguien sabe cómo ha latido el corazón en el cielo de don José Ariza Mancera?. ¿Puede algún hermano de la O, algún cofrade del arrabal del Betis contarme si se encontró con la sonrisa de Rafael Ariza Sánchez en alguna esquina cuando la señora de la calle Castilla -la que se mantiene guapa mientras llora- abandonaba una marcha y, presumida, tomaba otra senda de vuelta a casa?

¿Y Pepe? ¿Qué habrá sentido Pepe la pasada noche? ¿Y su descendencia? ¿Cómo habrá corrido esa sangre por tanta vena morada de raso y Viernes Santo? Ayer se reflejaba en los ojos de Rafa Ariza Moreno el mármol del tiempo, el crujido del calendario, un siglo entero de familia y martillo. En el rostro de Ramón se asomaba la arpillera de carey de las horas que han pasado. En las manos de Pedro retumbaban oraciones de tanta gente de abajo. En la esbelta planta del joven Javier se abrazaban las sombras de un siglo nuevo. Y en mi corazón reñía la emoción con la sonrisa, el respeto y la trascendencia. La familia Ariza lleva prácticamente un siglo vinculada al martillo de los pasos de la Hermandad de la O. Desde antes de la guerra civil.

Cinco generaciones, cinco dedos de una mano que agarra el llamador de la fe según la vieja cofradía que primero pasó el río, por el puente de barcas. Decir Ariza es decir Triana, es decir Castilla, es como nombrar un atardecer a la orilla del Guadalquivir, sin más espejos que los ojos de una dolorosa coqueta que sabe que la estamos mirando.

Capataces Ariza. Un respeto. Una vida dedicada a mandar los andares de los pasos, el compás abierto de la fe, los riñones metidos del tiempo sevillano en el alma de una cuadrilla de hombres valientes. Ha pasado casi un siglo, pero esta noche pasada lo recordó la Triana vieja, la de la gracia y la fatiga, la del corralón y el patio. La misma Triana de los geranios y el zaguán fresco. Un barrio que ha paseado por sus arterias el dolor hermoso de la mujer que parió a ese alfarero hacedor de milagros que sigue hundido bajo el peso de todas nuestras miserias. Ayer sentí la emoción de volver a tocar la mano de los Ariza. Y latió el pecho de la familia contra el mío. Y latía Triana entera. Al mismo son.

Anoche busqué el alma de un hombre que encabezó una generación de capataces de tronío que hoy siguen dando ejemplo de trabajo honrado y cabal. Y lo encontré en su descendencia a la hora de gritarle guapa a la Virgen del nombre corto y redondo, como el sol que hoy ha salido, brillando de tanto soñarla.