La Soledad de Romero Murube

Conservador del Alcázar, periodista y escritor, su trayectoria es tan diversa como encomiable. En su faceta cofrade destacan el pregón de 1944 y la Medalla de Oro de la Soledad de San Lorenzo

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14 mar 2018 / 21:08 h - Actualizado: 15 mar 2018 / 10:15 h.
"Cofradías","Cuaresma 2018"
  • Joaquín Romero Murube
    Joaquín Romero Murube

Una de las calles más hermosas de nuestra ciudad lleva el nombre de Joaquín Romero Murube. Su enclave privilegiado, subiendo desde la Plaza del Triunfo a la de la Alianza, la convierte en un rincón idílico para turistas y visitantes, pero también para los sevillanos que gustan de pasear por los lugares sublimes de la vieja Híspalis. Y cuando llega la Semana Santa, no hay sitio mejor para contemplar a la bella cofradía de Santa Cruz compitiendo en galanura con las murallas del Alcázar o viéndola venir de lejos, salvando la suave pendiente, como una aparición solemne en la jornada del Martes Santo. Joaquín Romero Murube no se merecía menos, pues si fue poeta de Sevilla en vida, la ciudad que lo inspiró debía componer versos a la memoria de su nombre. Nacido en el municipio de Los Palacios y Villafranca el 18 de julio de 1904, en el seno de una familia rural acomodada, su infancia rodeada de naturaleza, cálida, familiar y rica en matices, irá alimentando su alma de poeta. Tras realizar estudios primarios en el pueblo, Joaquín estudia bachillerato en el colegio Portaceli, con un expediente brillantísimo, lo que le abre las puertas de la Universidad, optando por las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. No obstante, la prematura muerte de su padre le obliga a dejar las aulas y aceptar su primer empleo en el Monte de Piedad. Una circunstancia que el poeta afronta con enorme madurez, y que no le impide continuar dedicándose a las letras. De este modo compagina el trabajo escribiendo para El Correo de Andalucía, frecuenta el Ateneo y hace buenas amistades con otros escritores como Luis Cernuda —con el que coincide realizando el servicio militar—. Ya en 1925 gana una plaza de administrativo en el Ayuntamiento de Sevilla, donde ejerce hasta 1934, fecha clave en su vida, pues en ese año se convierte en director-conservador del Real Alcázar. Su aportación a esta institución será fundamental, haciendo del monumento un lugar privilegiado de la ciudad. Dos años más tarde se casa con Soledad Murube, su prima, que residía en la capital de España sufriendo las consecuencias de la guerra civil.

El pregón de 1944

La importancia de Romero Murube en las letras sevillanas y españolas es digna de mención. Primero su labor periodística en diarios como El Liberal o ABC, donde publica más de trescientos artículos en cerca de cuarenta años. En ese sentido, el mundo del periodismo lo considera un precursor de las formas actuales de hacer noticia. En el apartado literario destacan sus más de veinte publicaciones entre 1923 y 1965, incluyendo libros sobre su ciudad y sus tradiciones como Sevilla en los labios, guías artísticas del Alcázar, biografías, novelas, o la edición y redacción de la revista Mediodía, fundamental para entender la labor de la Generación del 27. Asimismo, su dilatada trayectoria profesional y artística fue reconocida con numerosos premios y condecoraciones como la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, formando parte de la Academia Sevillana de Buenas Letras y de la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría. Entre los logros relacionados con la Semana Santa, Joaquín Romero Murube nos dejó un pregón para la historia, el pronunciado en 1944 en el Teatro San Fernando. Curiosamente y pese a su clara vocación poética, fue un discurso sin versos, sustentado en una prosa exquisita que caracterizó siempre sus composiciones sacras. Para muchos supuso un antes y un después en la forma de afrontar este difícil reto ante el atril, pese a que hoy algunos críticos lo consideren poco vigente —algo de entender dada la época compleja en que se pronunció—. Antes, el escritor ya nos había dejado su «Oración a la Virgen de la Macarena» inserta en la obra Sombra apasionada, y compuesta con veinticinco años. Más tarde publicará Dios en la ciudad, uno de los títulos más representativos de sus aportaciones cofradieras, volviendo sobre el tema repetidas veces hasta Los cielos que perdimos, de 1964.

Traslado a San Lorenzo

Pero si hay un hecho que marcó la infancia de Romero Murube en su comprensión y afinidad con la Semana Santa ese fue el traslado de su familia al barrio de San Lorenzo. Será allí donde el joven despierte a la devoción cofrade ingresando en la hermandad de la Soledad en 1917, con apenas doce años. Y es que no cabe duda que ese nombre, ‘Soledad’, le cambió la vida terrenal y espiritualmente (su mujer doña Sol, la dolorosa sevillana y la propia soledad existencial). En la corporación, el poeta conoció los entresijos del universo cofradiero a través de múltiples puntos de vista. Desde sus primeras salidas como nazareno a los cargos ostentados en la junta de gobierno, de la que nunca quiso ser hermano mayor, su actitud siempre fue de entrega absoluta. Cincuenta y dos años en los que el escritor llegó a ser número dos y en los que su apoyo resultó fundamental: la creación del nuevo paso contó con su apoyo económico, fue pieza clave en la restauración de la capilla, recuperó antiguos legajos de la hermandad en el mercadillo de «El Jueves» e hizo gestiones para embellecer el besamanos de su Virgen con flores del Alcázar. Por todo ello y mucho más le fue concedida la primera Medalla de Oro de la hermandad en 1961, impuesta tras la Función Principal por el también soleano don José María Bueno Monreal, cardenal arzobispo de Sevilla. El día de la muerte del poeta los cofrades de San Lorenzo convocaron un cabildo extraordinario para preparar las exequias. Entre otras medidas, se aprobó colocar una placa de mármol en la sacristía de la iglesia para honrar su memoria y solicitar al consistorio hispalense el cambio de denominación de la calle Alcazaba por la de Joaquín Romero Murube. A su funeral en la Parroquia del Sagrario, de gran solemnidad y boato, asistieron más de mil personas, siendo amortajado el cuerpo con la túnica de la hermandad y cubierto el ataúd con el manto de la Soledad. Por último, su viuda, también hermana de la cofradía desde 1944, cedió los derechos de la obra Sevilla en los labios en 1987, para la Bolsa de Caridad. ~