La verdadera historia de Platero

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Álvaro Romero @aromerobernal1
02 jul 2018 / 22:36 h - Actualizado: 02 jul 2018 / 22:36 h.
"Viéndolas venir"

Con solo dos casas de por medio, en mi misma calle, nació 18 años antes que yo un muchacho que se apellida al revés que un servidor y con el que solo me une la pasión por las Letras, un nexo más fuerte que la sangre. Se llama Manuel, un nombre más flamenco que el mío, y el año que viene publicará un ensayo sobre Flamenco, tal vez porque ya no le quedan palos por tocar, después de ser el palaciego que más libros ha publicado en la Historia sin que lo sepan nuestros paisanos. Ahora ya sí. Hemos hablado pocas veces en persona y algunas más por esos medios que la tecnología nos pone hoy en bandeja, como los escritores de antes lo hacían a través de cartas, especialmente algunos de los más grandes y desconocidos como personas, caso del Nobel Juan Ramón Jiménez, del que Manuel Bernal Romero es un gran especialista, como de la Generación del 27, o de Bécquer, por haber ido a las fuentes que configuraron los tópicos que luego los libros repitieron por los siglos de los siglos.

Acabo de leer El hombre que escribió Platero, uno de sus últimos ensayos, libro pequeño por fuera y grande por dentro hecho a base de cartas, algunas verdaderas, otras también pero guardadas para siempre y otras muchas inventadas por esa virtud de Manuel –guasón muy serio– para imitar las voces ajenas. A través de tantas misivas, se perfila al verdadero Juan Ramón, un andaluz obsesionado con la belleza más recóndita de nuestra tierra y por eso incomprendido, como le ocurrió al palaciego Joaquín Romero Murube, que le ofreció casa para volver del exilio, aunque el autor de Platero –una elegía andaluza y no un libro para niños– declinara la invitación por tener que entrar por Gibraltar y no eran las formas después de tanto compromiso... Platero y yo iba a formar parte de una obra mayor, y finalmente se entregó a la editorial para suplir la traducción inacabada que Zenobia preparaba de un poemario infantil de Tagore. Juan Ramón, que no estaba orgulloso, cambió de opinión cuando Giner de los Ríos le alabó su burrito en el lecho de muerte. Y ahí volvió a cambiar la Historia.