La vida es bella

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05 may 2018 / 17:02 h - Actualizado: 05 may 2018 / 17:06 h.

Hoy me toca emular a Roberto Benigni y gritarle a mi esposa: ¡Princesa, por fin te han llamado del paraíso de los Ángeles!, cerquita de nuestra casa de Espartinas, para que disfrutes de esa residencia geriátrico que, a pesar de tus 56 años, te ha tocado en la tómbola del destino, en la que estamos comprando papeletas desde que nacemos y en la que a ti te salió la palabra “Alzheimer” cuando realmente tú estabas lampando porque llevarte a casa, el boleto de la felicidad, de la calma, del sosiego, para vivir sentada en el trono de tu matriarcado familiar que ahora llora vacío por tu ausencia.

No obstante, no creas que es tan tortuoso como los vulgares pensamos, ni mucho menos, es un edén parecido al que Dios creó para la humanidad y en el que podrás volar con cuanto sueños y delirios se crucen tu camino, nadie te pondrá trabas, vuela, no dejes de hacerlo y danza cuanto desees, que nunca te falte el son de tu alegría... Mientras, yo me comeré –a regañadientes- la soledad de tu partida sin la compañía de tu sonrisa y sin el calor de tu bondad... Pero no te preocupes que estaré orquestando tu vida, mientras suspire tu corazón cada mañana al amanecer.

Como verás, aún no he subido a dormir. Me cuesta trabajo subir los pocos peldaños que separan nuestra última noche en el hogar de nuestros hijos con tu aventura en un mundo creado especialmente para gentes tan especiales, como tú... Nadie cruza el cielo, como tú, sobre una alfombra mágica, cada vez que te apetece... ¡Quien pudiera volar sin alas y ausentarse de los pecados capitales con la misma facilidad que hablar con el fantasma de tu madre, o dialogar extensamente con nuestra perra Tuna y nuestro gato Nerón!

Como dice nuestro compadre Romerito, el tuerto que nos miró, era tuerto de los dos ojos. Tu cabeza y mi garganta se aliaron en una guerra sin cuartel contra la normalidad, en la que tú decidiste incluirte en el reparto del libreto de los sueños y a mí me tocó poderlo contar y conseguir recuperar la voz perdida para decirte que, pase lo que pase, no olvides nunca que en Sevilla se cruzaron nuestras vidas y por ti, salté la tapia de un convento, por ti, luché con molinos de viento, por ti, toqué aquel arpa, ya olvidada, por ti, me conjuré a tu encantamiento, sevillana... Mi Carmen la cigarrera, trianera, mi Julieta y Melibea, Dulcinea y mi bella doña Inés... Y es que el amor en Sevilla, Dolores de mi alma, tiene nombre de mujer.

Y nunca te olvides, princesa, que la vida es bella. Te quiero.