Los amigos inesperados

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10 feb 2017 / 23:59 h - Actualizado: 10 feb 2017 / 21:59 h.

Al pasar por muy buenos o malos momentos es cuando descubrimos a quién tenemos al lado. Cada día, tendemos a pensar que este es un buen amigo, que ese otro ni fu ni fa, que el de más allá está al margen y no cuenta demasiado. Pero, llegada la hora, el entorno se dibuja de otra forma, las piezas encajan de forma extraña, y las personas aparecen en lugares inesperados, improbables o sorprendentes.

He cruzado con G. no más de cien palabras desde que la conozco. Y han pasado doce años desde la primera vez que nos saludamos. Eso significa que nuestra relación ha sido tan escasa y distante como cordial. G. no es una mujer de sonrisa fácil. Al contrario, suele estar seria. La vida no ha ayudado a que fuera de otro modo. Hasta donde yo sé, las cosas no han sido fáciles.

El que escribe (también G.) se caracteriza por ser un tipo muy hablador, intenta sonreír siempre que puede y reírse de sí mismo a todas horas. Pero, como todo hijo de vecino, tiene problemas y debe solucionarlos. Alguno de ellos, como suele ocurrir, es de los que traen de cabeza a cualquiera. Y ni sonrisa, ni risas, ni nada que se le parezca. Porque, como todo hijo de vecino (otra vez), es en esos momentos delicados cuando descubrimos que el mundo está muy, muy, vacío. En esa situación, solo queda esperar para ir descubriendo quién se acerca, ha desaparecido o se mantiene de espadas por si le salpica algo.

Pues bien, G. ha aparecido sin avisar. Seria, hablando entre dientes, sin acercarse más de la cuenta. Y me ha dicho que está a mi lado, que no me preocupe porque todo pasa, que ya sé dónde la tengo. Y, sin sonreír, sin un gesto afectuoso, se ha vuelto a ir. ¿Para qué hacer o decir lo que no deja de ser esa cosmética de la amistad que tanto adorna y tan poco aporta? Estoy contigo. Punto. No se puede decir más con menos.

¿Somos amigos íntimos desde hoy? Claro que no. Nuestra relación sigue siendo idéntica a la de ayer. Lo único que cambia es que nos hemos dejado ver. Que no es poco. ¿Sirve de algo que G. esté cerca? Seguramente, no. Pero a mí me consuela, me agrada y me tranquiliza saber que podría recurrir a ella. No lo haré porque no es mi estilo. No hago nada bien salvo dar la cara y comerme los marrones yo solito. Así que nunca jamás recurriré a ella. Pero es estupendo saber que el mundo está un poco menos vacío de lo esperado.

Si usted ha llegado hasta aquí, si ha sido capaz de leer todo lo anterior sin abandonar, estará pensando que ahora es cuando el autor de la columna hace un striptease y comienza a contar en qué consiste ese problema. Porque, claro, tiene que ser una cosa importante para que G. se acerque y diga lo que dijo. Y no, eso no va a ocurrir.

A cambio, les voy a contar una historia que podría parecer una más aunque no lo es.

Hace muchos años (muchos, muchos, muchos) metí la pata a base de bien. Cosas que provoca la falta de experiencia. En aquella ocasión, no pedí ayuda ni me la ofrecieron, no supe si alguien estaba por allí cerca ni nadie levantó la mano para avisar de que estaba merodeando por si las moscas. Solucioné, como pude, el asunto y decidí que no había pasado nada. ¿Parece algo normal y corriente, algo que le ha pasado a cualquiera? Es posible. Sin embargo, es eso lo que convierte una historia tan aparentemente simple en algo enorme, extraordinario. Porque eso que le pasa a cualquiera supone un descubrimiento que nos coloca, a cada uno de nosotros, en medio de un escenario que se convierte, de pronto, en un lugar hostil, peligroso y muy distinto al que deseamos. Algo sucede y comenzamos a vivir una vida en soledad, aprendemos que eso es lo que hay. Ya sé que esto es poco popular, ya sé que me pueden decir que la familia siempre está, que los amigos son maravillosos. Ya lo sé. Pero nadie puede sentir angustia por ti, nadie puede saber hasta qué punto eres capaz de amar, nadie acierta a intuir lo que representa la ausencia de un ser querido. En este sentido, la vida de las personas es muy solitaria y muy dura.

Y ahora, cuando todos ustedes creen que me he librado de hacer un striptease en toda regla, piensen que no es así; que, al contrario, lo he hecho. Siempre que lean lo que ha escrito alguien, piensen en que la intención del autor es dejarse ver, sentirse arropado aunque sea por desconocidos, intentar que alguien comprenda que lo que sientes es lo que sienten todos y nadie debería mirar hacia otro lado. No olviden que escribir es pasar la vida a limpio. Con más o menos arte, pero es eso y no otra cosa.

Pues ya está todo dicho.