Los intelectuales y el poder

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08 jun 2017 / 23:49 h - Actualizado: 08 jun 2017 / 23:50 h.

Hubo un tiempo en que leer un simple periódico era un acto de heroísmo, por transgresor, como lo era oír Radio España Independiente, La Pirenaica. Un tiempo en el que la información era a escondidas a partir de las reflexiones de redacciones donde convivían republicanos y franquistas.

Me viene a la memoria el Diario España de Tánger, donde una vez llegó a ser portada la concesión del Nobel a un insigne poeta republicano, llamado Juan Ramón Jiménez.

Y sí, diré republicano, porque las palabras son importantes; y las palabras crean. Y ante todo, Juan Ramón fue hombre, republicano y poeta. Por cierto, se declaraba obligado desertor de Andalucía, a la que nunca dejó de mencionar en sus versos.

Hubo una vez en que incluso lloraron en el Teatro Cervantes de Tánger, bajo los sones de Adiós mi España querida que cantara con falseta Juanito Valderrama. Sí, los mismos sones que arroparon a la Macarena en su coronación, al entrar en la Plaza de España, que aun no he leído crónica de aquello.

Las palabras son trascendentes y de forma singular cuando no surgen de las entrañas sino del análisis de quienes se dicen intelectuales. Quizás eso explique por qué el Diario España alcanzó una tirada de cincuenta mil ejemplares.

Frente a esto, los que fueron mis más admirados columnistas, de esos que aun te emocionaban con su permanente acritud, dedicaban sus últimas columnas a amparar o a denostar la candidatura de Susana Díaz en la víspera de las primarias.

No quiero que esto se interprete como desdén, pero dudo que este dilema fuera tan sesudo y mientras tanto haya pasado desapercibido que el epitafio por la muerte de Juan Goytisolo lo ponga el Rey.

La madre de los Goytisolo murió en los bombardeos de Barcelona, que describiera Jordi Soler desde la montaña de Monjuitc en Los rojos de ultramar.

Goytisolo fue un hombre íntegro, un «consciente exiliado» que merecía por su independencia y por ser republicano un reposo digno. Yo lo traté en la previa del retorno de los restos de Diego Martínez Barrio, en el que nos empeñamos hasta mentir para que sonara su Himno en el Cementerio de San Fernando.

En esta España, ya no se puede morir dignamente, ni desde luego obtener merecido reposo, que quizás sí halle en Marrakech, al pie del Atlas. Mientras tanto, esos mis admirados intelectuales, aun tienen tiempo para honrar sus cabeceras en la previa de primarias.