Manolita Chen

Image
10 ene 2017 / 23:04 h - Actualizado: 10 ene 2017 / 23:34 h.
"Fin de pista"

La noticia ha reverdecido ayeres y ha resucitado, de un plumazo, a los figurantes de un mundo que ya no existe. Por edad sólo alcancé a contemplar –de puertas para afuera– las postrimerías de aquel universo itinerante y decadente que se montaba y se desmontaba, viajando a uña de carretera nacional, por esa España que aún se entonaba en una paleta de grises.

El inmenso barracón que servía de teatro se instalaba muy cerca de la plaza de toros, en medio de los desmontes de jaramago y tierra apisonada que convertían el lugar en un plató de cine quinqui. Los 132 y los R8, los bigotones y la atmósfera sórdida de aquellos años duros prestaban el resto del atrezo a ese mundillo que se acaba de evaporar entre las cenizas de la vedette del Puente de Vallecas.

Manolita Chen se ha muerto en una residencia de Espartinas sentenciando su propia época. Su mundo se marchitó a la vez que los 80 enseñaban el camino de un nuevo tiempo pero el eco de su fallecimiento –que ha estado a punto de pasar desapercibido– ha reverdecido el pulso y la crudeza de los 70. El recuerdo permite levantar los bloques, las aceras, el asfalto y los aparcamientos que acabaron por urbanizar aquel descampado que enseñaba el camino a la ciudad que se escapaba de su molde. El Teatro Chino, sus inmensas carteleras, la nómina de artistas de todo pelaje –de Esteso y Pajares a las Hurtado, pasando por los hermanos Calatrava- forman parte de la memoria doméstica de un tiempo que también forma parte de la historia menuda de este país.