Algunos días antes de que el Gobierno comunicara que serían los bancos los que pagarían los impuestos de las hipotecas, estuve en uno para ver las condiciones que me ponían en un crédito personal pequeño, de algunos miles de euros. El director miró mi historial, vio que era buen pagador de hipotecas y me dijo que me la podían dar a quince años, porque me veía sano y joven, según el amable director. Es decir, que podía acabar de pagarla en el Centro de Día de La Puebla del Río con 75 años. Le dije que en diez años estaría bien, para resolverlo antes, y en eso quedamos.
Después de comunicar el Gobierno que, en efecto, serían los bancos los que tendrían que pagar y no el cliente, acudí de nuevo para intentar cerrar la operación y todo había cambiado ya. “Se lo puedo dar como máximo a siete años”, me soltó de golpe, sin anestesia ni nada. En tres días había dejado de verme buen aspecto o me había visto el pájaro de la ruina en la cara. Y ahí ando, pensando en ponerle dos velas al Gran Poder para que me concedan el crédito al 8% de interés, que manda narices. Pero no me importa, está bien que el Gobierno los obligue a pagar los impuestos de las hipotecas de aquí en adelante. Y a más cosas, porque la banca española aprieta más que un zapato el día después de haberlo metido en un charco y puesto al sol para secarlo.
Cinco informes del Parlamento europeo dejan claro lo indefensos que estamos los ciudadanos ante los bancos, pero da igual porque la banca es más chula que un ocho. Que pierden, rescate al canto a costa de los ciudadanos. Que obtienen beneficios, que por otra parte es lo normal, se desconoce si alguna vez nos han invitado a una barbacoa a los que tenemos los ahorros en sus cajas fuertes, que de eso viven, o nos han enviado un jamoncito por Navidad, aunque sea de Pontevedra.
Venden productos bancarios fraudulentos, como las preferentes; continúan los desahucios en toda España y para una vez que un gobierno le mete las cabras en el corral, sueltan los toros. Estamos tan a gustito...