La productora Promico Imagen, cuyo director es el periodista Manuel Gómez Cardeña, al que le di algún que otro disgusto cuando dirigía este periódico —supongo que ya me habrá perdonado—, está realizando un documental sobre la vida del cantautor flamenco Manuel Gerena, La voz en lucha, que dirige otro periodista amigo, Jorge Molina, con la realización de Miguel Ángel Carmona. Es un encargo de Canal Sur TV, la única cadena que ve mi madre y como madre no hay más que una, también la veo a veces aunque solo sea para complacerla.
A Gerena le gusta que le llamen cantautor flamenco, no cantaor a secas, aunque siempre lo ha sido. Cuando escribí La voz prohibida (2007), su única biografía, tuve la oportunidad de hablar con muchos cantautores españoles y, curiosamente, se referían a él como cantaor y no como cantautor. Me refiero a históricos como Raimon, Luis Llach, Víctor Manuel o Pepe Suero. Para todos ellos era la referencia del cante contestatario en la Andalucía del franquismo —Pepe Suero ya murió—, la voz comprometida, el azote del régimen. Destacaban de él no solo su compromiso, sino su campechanía y esa sencillez que siempre le ha caracterizado.
Me animaron y agradecieron el gesto de que me ocupara de un artista tan importante en aquellos años. Sin embargo, ciertos cantaores, compañeros suyos, me advirtieron de que firmar esa biografía o ensayo sobre su dilatada vida iba a ser mi tumba como crítico de flamenco. No lo reconocían como cantaor, aunque había quienes sí lo hacían. Por ejemplo, Enrique Morente, gran amigo suyo. Me ocurrió como les pasó a ciertos guitarristas que acompañaron al bravo cantaor morisco, de la Puebla de Cazalla: que fueron criticados por la flamencología afín a la dictadura. Desacreditaban su manera de cantar como una forma de intentar apagar la llama de su rebeldía, pero Gerena jamás se amilanó.
A veces me he preguntado qué hubiera sido de este cantaor de haber nacido en Cataluña, región de España en la que, por cierto, siempre gozó de mucho predicamento, siendo el primer cantaor que actuó en el Palau de la Música. Pero Gerena recibió su primer beso de luz en el pueblo ya citado, de donde también es José Menese, la voz jonda que hizo volar las coplas subversivas del pintor y poeta rojo Francisco Moreno Galván. Andalucía no es siempre buena madre para sus artistas, los olvida, los maltrata a veces, y con el cantautor de la Puebla ha pasado precisamente eso. No es que esté olvidado del todo, pero digamos que Andalucía se ha desentendido un poco de él.
Estamos de acuerdo en que Gerena no era un Mairena o un Vallejo, pero siempre ha sido cantaor. Un cantaor valiente, comprometido, autor de sus propias letras, que en vez de cantarle a las duquesitas en La Granja le cantaba a Fraga Iribarne, pero desde los escenarios, para joderlo. Y eso les molestaba también a algunos cantaores de aquel tiempo, quienes solían decir que jugaba con ventaja por cantar esas letras suyas que iban directamente al corazón del pueblo. Cantaor soy yo, que le canto a las alondras y a las fraguas de la Cava de Triana, decían algunos dándose mérito, como si la temática literaria de las coplas flamencas tuviera algo que ver con cantar o no cantar bien.
Los cantaores han cantado siempre letras que denunciaban una realidad dura, desde que el cante es cante. El dinero es un mareo/ aquel que tiene parné/ es bonito aunque sea feo. Esta es una soleá de tres versos que recogió Demófilo, el padre de los Machado, en Cantes flamencos (1881), el primer estudio serio sobre las coplas flamencas. Gerena no tenía la sutileza de aquellos poetas populares, anónimos en la mayoría de los casos; era más directo: Gobierno de Dios/ deja el rebaño crecer/ no quieras que las ovejas/ mueran de hambre y de sed.
Es muy buena noticia que se esté realizando un documental sobre su vida, sobre todo de su etapa de cantaor contestatario, porque hay un gran desconocimiento no solo de este artista, como tal, sino de lo que representó en aquellos años. Era, como bien señala el título del documental, la voz de la lucha, cantara como cantara, que tampoco lo hacía tan mal como dijeron algunos críticos. Ahí están sus primeros discos, en los que registró tientos, tarantos o aires abandolaos de excelente factura. No tenía una gran voz, pero era el sonido idóneo para sus coplas. No me imagino una de aquellas letras de Gerena en las voces de seda del Niño de la Huerta o de Manolo El Malagueño. El morisco sonaba seco, sin adornos, unas veces a compás y otras fuera de la medida, pero siempre sabía a pueblo. Más que una nota de violín, era un bordonazo de guitarra, un grito de rebeldía, una queja desnuda.
Es indudable que su cante dejó de interesar cuando llegó la democracia, esto es, cuando ya no le prohibían sus conciertos. Ocurrió que muchos de aquellos periodistas y escritores que lo utilizaron para atizarle al régimen se olvidaron luego del cantaor, cuando creyeron que su labor había acabado. Gerena nunca creyó que su misión había terminado con la muerte del dictador y la llegada de la libertad, porque entendía que siempre había motivos para escribir coplillas, la falta de justicia, la pobreza, el abuso del poder, la corrupción o la explotación en el mundo. Nunca ha dejado de escribir y de cantar. Aún escribe versos de rebeldía en las redes sociales, aunque ya no es aquel Gerena explosivo que encendía a las masas y llenaba de banderas y pancartas los cines de verano y los polideportivos de los barrios obreros.
Gerena es un ídolo caído que tiene problemas para pagar el alquiler de donde vive, que conduce lujosos coches de segunda mano imposibles de mantener, que utiliza su influencia, lo que fue, para sacar algunos recitales que para cobrarlos tiene poco menos que ponerle dos velas al Gran Poder, aunque sea ateo. Ojalá este documental le haga justicia y llegue a miles de jóvenes de España. Que sepan que un niño yuntero de la Puebla de Cazalla luchó para que hoy gocen de libertad.