Pequeño artista

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28 abr 2017 / 13:32 h - Actualizado: 28 abr 2017 / 13:39 h.
  • Pequeño artista

Como cada domingo por la tarde, Sergio fue con sus padres y hermanos a casa de sus abuelos. Tras los saludos, los deseosos de conversación se quedaron en el salón y los más pequeños bajaron al patio a jugar. Sergio permaneció unos minutos en cada lugar y, finalmente, se encaminó hacia el pasillo que había en el extremo del piso.

Allí estaban los libros.

Numerosos volúmenes se sucedían ordenados en las estanterías de madera. Algunos entrados en años; otros de reciente incorporación. Todos decoraban el largo corredor.

Avanzó lentamente en busca de algún título jugoso, hasta que llegó a una habitación luminosa. En su interior había dos sillones de color verde manzana y un pupitre, un estante y algunos cuadros de pequeñas dimensiones.

Con el libro seleccionado en mano —en esta ocasión “La Pimpinela escarlata”, de la baronesa de Orczy—, se acomodó en uno de los dos sillones y se enfrascó en la lectura durante un rato. Cuando leía con tranquilidad, perdía la noción del tiempo. Mientras se dejaba acariciar por el sol que entraba por la ventana, se deleitó en completo silencio, convertido en el rey absoluto de la habitación, impasible al lejano ruido de los gritos de sus hermanos en el patio.

Al cabo de un rato cerró la novela, se puso en pie y sin pronunciar demasiadas palabras hizo una segunda ronda: por el salón donde la conversación estaba en su máximo apogeo y por el patio, donde los rostros sudorosos de sus hermanos denotaban que habían quemado las energías del día entre correr y esconderse.

Y volvió a subir, retornando a su rincón.

Entonces sacó una libreta y un bolígrafo de tinta líquida, y se sentó a escribir en el pupitre.

Algo ocurrido durante aquella semana: un tema sobre el que opinar, una reflexión, una historia ambientada en el Medievo, con caballeros, justas, campanas y damas; o en la Sevilla del XVI, con sus barcos, sus aventureros, sus nobles, sus artesanos, sus iglesias, su olor a azahar y sus caballos; o una tarde en un parque del Madrid de principios del XX, en el barrio gótico de la Barcelona de los cincuenta; o en un rascacielos de Nueva York; o —por qué no— una reyerta callejera en un oscuro callejón londinense o un día en la vida de un artista parisino. Un nudo, un desenlace... según le diese iba hilando personajes y ambientes.

Sergio se convirtió en un pequeño artista.

Miguel María J. de Cisneros
Ganador de la X edición
www.excelencialiteraria.com