La alambicada reglamentación de los innumerables viacrucis que han proliferado en los últimos lustros sólo es hija o consecuencia de la metástasis de una Semana Santa que suple con el exceso su propia decadencia. La falta de naturalidad y la multiplicación de actos de todo pelaje han convertido en cotidiano lo que antes era excepcional y las imágenes, en tantos casos, son sometidas a traslados innecesarios que acaban por trivializar el diálogo con lo trascendente. A la inflación de ese culto público –en ocasiones no se consigue convocar más allá de un breve puñado de hermanos y devotos– se ha respondido con una normativa meticulosa y aferrada a la letra que, en algunos casos, sólo ha servido para encontrar un problema para cada solución. Pero es una pena que estas semanas hermosas que aún quedan para la mañana luminosa de las palmas –que me perdonen en las vísperas– se hable de este insufrible politiqueo en clave morada que debería pasar a un segundo plano. El caso de los Gitanos también es paradigmático. El Consejo ha cerrado provisionalmente el engorroso asunto. Pero de ahí a solucionar la cuadratura del círculo que necesita la Madrugada queda un buen trecho. La cofradía del Valle se han quedado como el Gallo de Morón pero el problema, más pronto que tarde, volverá a ponerse sobre la mesa. La pregunta es: ¿con los actuales condicionantes, tiene solución la Madrugada? Largo me lo fiáis...