¡Que llamen a Ramón Vila!

Las manos del doctor portaron la madera noble de aquel ataúd que llevaba dormido a su amigo Paquirri camino del olimpo de los verdaderos héroes

19 may 2018 / 20:53 h - Actualizado: 19 may 2018 / 23:49 h.
"La Pasión"
  • ¡Que llamen a Ramón Vila!

TAGS:

¡Que llamen a Ramón Vila! La voz de Francisco Rivera Pérez atravesaba el alma del Valle de los Pedroches buscando el refugio último de las manos del médico y del hombro del amigo. Volaba la incertidumbre con alas negras. Ramón no llegó a tiempo. Avispado le ganó la carrera a un hermano de la Amargura que, nada más pisar Córdoba, tuvo que encajar uno de los golpes más duros de toda su vida. A su amigo Paquirri lo había matado un toro. Conoció además que Paco no dejó de preguntar por él y de reclamar su presencia cuando la vida se marchaba lentamente de su cuerpo. Ramón siempre me dijo que se quedó con la duda. No sabía si Paquirri estaba llamando al médico o al amigo. Las manos del doctor Vila, las mismas que han salvado tantas angustias en forma de cornadas graves, portaron la madera noble de aquel ataúd que llevaba dormido a su amigo camino del olimpo de los héroes.

Paco ya no tiene que llamar más, ya no tiene que reclamar la presencia de Ramón. Están juntos, hablando de cirugía, de cómo colocan los toros sus orejas antes de embestir. Están cruzando cerrados y carriles, hablando de toros sin parar. Paquirri sigue preguntando cientos de cuestiones que tienen que ver con la anatomía. Y Ramón sigue sin dejar el tabaco. Están recordando aquella cornada de Sevilla, cuando Paquirri exigió ver al doctor Vila Arenas y Ramón le explicó que su padre ya no estaba, que el jefe era él. Paquirri dudó del joven cirujano y el nuevo Vila le dijo que o lo operaba él o ya estaba Paquirri bajándose de la camilla y marchándose a su casa. El torero supo que aquel médico hijo de genio tenía madera de galeno figura. Y se dejó meter mano en un quirofano que por entonces veía nacer a un cirujano que se convertiría en leyenda. Y ya no está con nosotros.

Pero además se ha marchado un padre ejemplar, un marido bondadoso, un amigo entrañable, un hombre que ayudó a muchas personas, que tendió la mano miles de veces a cambio de una sonrisa.

Un día me dijo que los buenos profesionales mantienen la firmeza en los momentos de extrema dificultad, que el temple era fundamental, definitivo, que marcaba la diferencia. Y en su honor, por aquellas palabras, estoy haciendo un esfuerzo grande sin derrumbarme mientras escribo unas palabras en memoria de un hombre al que quise mucho. Pero yo, como no soy ningún genio, no soporto más esta pena que me oprime ahora el pecho, la nostalgia de aquellas canas, el color de su sonrisa, las horas que compartimos hablando de nuestras cosas, los consejos y las batallas, los cafés y los toros, las heridas y las confesiones. Siento que se me va el aire en este momento. Por favor... ¡que llamen a Ramón Vila!