Quiero y no puedo

La reapertura de las Reales Atarazanas permanece sumida en un letargo institucional del que participan partidarios y detractores del proyecto del arquitecto sevillano Guillermo Vázquez Consuegra

Image
16 oct 2016 / 20:24 h - Actualizado: 16 oct 2016 / 23:08 h.
"El Correo TV","Patrimonio","Atarazanas","'El Correo Noticias'"
  • Quiero y no puedo

Los que nos dedicamos a contar cosas, mediante el papel o la televisión, nos enfrentamos día tras día a todo tipo de historias que tenemos que traducir en noticias para que todo el mundo las entienda. Contamos sucesos escabrosos, que tanto gustan a morbosos ávidos de detalles escatológicos; ofrecemos las crónicas de fútbol, que tanto apasionan a béticos y sevillistas; y también relatamos las aburridas reuniones entre partidos políticos en la imposible formación del gobierno de la nación. Es complicado hacer entretenido esto último que cuento porque a estas alturas supone una vergüenza nacional que los candidatos a la Moncloa prostituyan la gestión del país porque a nadie le da la gana ponerse de acuerdo ni dar su brazo a torcer. Aun así, como decía, nos encontramos de todo, pero en ocasiones tenemos que contar incluso sucesos paranormales o, mejor dicho, noticias fantasma. Hablamos de hitos que deben de ocurrir pero que jamás se convierten en una realidad palpable porque los debates entre minorías alimentan una dejadez que no permite que ciertas cosas acaben de despegar. La apertura de las Reales Atarazanas es un claro ejemplo del poco interés que parece tener la ciudad en sí misma.

Sevilla fue considerada entre los siglos XV y XVI la capital del mundo por la navegación hacia el Nuevo Mundo y por otros innumerables logros, pero hoy parece que todo eso haya quedado en nada. Los primitivos astilleros de Sevilla son una auténtica joya de la que nadie se siente orgulloso, y hay quien sabe de su existencia solo por ser uno de los futuros escenarios del rodaje de la siguiente temporada de la superproducción estadounidense Juego de Tronos. Para la reapertura al público de la que hablamos, la construcción medieval necesita de una cimentación que forma parte de un ambicioso proyecto diseñado por el arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra con el respaldo del ayuntamiento, la Junta y la todopoderosa Caixa. No obstante, como en todo, alguien protesta. El sector conservacionista no está de acuerdo con la forma con la que se va a proceder en la edificación construida en su día entre el borde del río y el Arenal porque consideran que no se ha realizado el correspondiente diagnóstico de las consecuencias de la intervención, lo que supondría –según Tapial y Mendoza– un «crimen patrimonial». Y si la queja les parece poco, dicho colectivo tampoco ve oportuno que se dote al monumento de una cafetería –espacio con el que por cierto cuentan todos los espacios museísticos de Europa– para que sevillanos y turistas hagan más amenas sus visitas al enclave.

Aquí tampoco se pone de acuerdo nadie, de modo que estamos dejando correr el tiempo dedicándonos a permitir debates que enquistan un problema y hacen aún más grandes, pesados e inaccesibles los muros de los arcos góticos de las Atarazanas. Así, la apertura del que fuera el mayor astillero medieval de Europa se convierte en una de tantas noticias fantasma que los periodistas tenemos que vender cada cierto tiempo como algo normal. Es un ejemplo de todo lo que debe de ocurrir y no ocurre, porque hoy en día no está de moda llevarse bien ni siquiera para recordar como merece que la construcción de esta obra gótico-mudéjar sentó las bases de lo que hoy es Bien de Interés Cultural y desde 1969 Monumento Nacional, porque es, a su vez, objeto de debate fácil que le resta todo el esplendor que un día, hace muchos años, consiguió tener la ciudad de Sevilla.