Ayer pasé por Dos Hermanas para solventar un tema laboral, vinculado con el diseño y coordinación de un boletín de una cofradía, con vistas a una Cuaresma que definitivamente se nos ha venido encima otro año más, y no queremos pararle los pies porque en el fondo esa agitación nos resulta familiar y excesivamente hermosa como para variarla. El punto de encuentro con el cofrade que ha decidido contar conmigo para la publicación de su hermandad fue la estación de tren de la plaza del Arenal, convertida en un hervidero de amigos y compañeros de trabajo que tomaban el vermut de media mañana.

Hasta aquí todo normal. Lo divertido fue cuando, tras pedir algo para picar, la amable camarera me ofreció un requeté. –¿Un requequé?, dije yo casi como acto reflejo por el jaleo de aquel bar de vías paralelas. La señora me lo repitió: Un requeté, porque así se llamaba una cosa del Ejé rcito que vestían de rojo (era melva con pimiento morrón).

Yo me acordé, evidentemente, de los requetés que sacaron a mi Pastora de la cárcel en la que se había convertido Santa Marina en 1936, pero estando en Dos Hermanas, me acordé de la Misión Popular y de esos traslados de devotas imágenes (Valme, Rocío, Jesús del Gran Poder) para atraer las miradas de los alejados y que se acerquen a conocer un poco mejor al Señor.

Me vinieron a la mente la gran cantidad de carteles, de folletos, de asambleas familiares y de eventos eclesiales preparados para la feligresía de Dos Hermanas, la ciudad de las doce parroquias y once corpus, como siempre dice mi buen amigo nazareno Germán Calderón.

En aquel momento tan prosaico, oré por los frutos de esa Misión, y le pedí a Cristo que hiciera de los hombres y mujeres de Dos Hermanas ejércitos de requetés que, como los que vinieron a Santa Marina, sean capaces, no de abrir ventanas y puertas, sino hasta butrones para que por ellos pase la luz del Evangelio y la verdad de la fe vivida, celebrada y compartida. Requetés de melva y pimiento morrón, por supuesto, pero también de carne y sangre entregada a dicho limpio fin y causa justificada.

No están de moda ahora esas figuras militares. Ahora toca callarse y mirar al frente, y no mezclar las tapas con la iglesia, porque no se sabe cómo se ha de acabar. Y mientras, a base de butrones, por todas partes entra la increencia y el despoje de una Iglesia que a veces no sabe bien adónde caminar. Yo, cuando me pierda un poco, acudiré a Dos Hermanas, y volveré a probar esos requetés de la estación. Y quisiera encontrarme, con uniforme o sin él, por las calles de ese pueblo grandullón, muchos requetés queriendo hacerme butrones para que no me quede sin conocer, de verdad, a uno que hace dos mil años ya fue... Jesús Nazareno.