Ritos

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23 feb 2018 / 23:18 h - Actualizado: 23 feb 2018 / 23:18 h.
"Pareja de escoltas"

Son costumbres repetidas que nos reconcilian con nosotros mismos; que nos acercan a lo que un día fuimos. Se trata de abrir puertas y ventanas a la ilusión, de transmitir lo que nos hacía plenos cuando no sabíamos nada. Ése es uno de los secretos de la Semana Santa interior que ahora reverdece en los nuestros y nos vuelve a hacer niños. Pero aún sentimos cierto pudor y lo hacemos, posiblemente, a la espalda de todos. Seguimos conservando algunos gramos de esa vergüenza infantil que nos hace rebuscar a hurtadillas –adentrándonos en el altillo– esa caja vieja de cartón que guarda lo mejor de nosotros mismos. El boletín ya llegó; hemos marcado en la agenda, como una fecha prioritaria e irrenunciable, el primer día de reparto. Volveremos a guardar la cola con inquietud. Son los mismos nervios que sentíamos cuando afrontábamos esa misma espera de la mano ancha del padre. Sí, dejaremos los manejos y la comodidad de internet para otras generaciones. Mientras, se estiran los días y se templan las tardes. Buscamos excusas para recorrer el centro pensando que, más pronto que tarde, encontraremos el poderío de un canasto o la gracia de un palio recortados en la penumbra de los templos. Hay que comprar un escudo; renovar un cíngulo; hacerle el capirote a la niña... Estrenamos esa ilusión nueva, una marea de pequeñas cosas mientras ponemos en marcha la moviola interior que sabe de tantas semanas santas. ~

Son costumbres repetidas que nos reconcilian con nosotros mismos; que nos acercan a lo que un día fuimos. Se trata de abrir puertas y ventanas a la ilusión, de transmitir lo que nos hacía plenos cuando no sabíamos nada. Ése es uno de los secretos de la Semana Santa interior que ahora reverdece en los nuestros y nos vuelve a hacer niños. Pero aún sentimos cierto pudor y lo hacemos, posiblemente, a la espalda de todos. Seguimos conservando algunos gramos de esa vergüenza infantil que nos hace rebuscar a hurtadillas –adentrándonos en el altillo– esa caja vieja de cartón que guarda lo mejor de nosotros mismos. El boletín ya llegó; hemos marcado en la agenda, como una fecha prioritaria e irrenunciable, el primer día de reparto. Volveremos a guardar la cola con inquietud. Son los mismos nervios que sentíamos cuando afrontábamos esa misma espera de la mano ancha del padre. Sí, dejaremos los manejos y la comodidad de internet para otras generaciones. Mientras, se estiran los días y se templan las tardes. Buscamos excusas para recorrer el centro pensando que, más pronto que tarde, encontraremos el poderío de un canasto o la gracia de un palio recortados en la penumbra de los templos. Hay que comprar un escudo; renovar un cíngulo; hacerle el capirote a la niña... Estrenamos esa ilusión nueva, una marea de pequeñas cosas mientras ponemos en marcha la moviola interior que sabe de tantas semanas santas.