Sabor a lápiz

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Álvaro Romero @aromerobernal1
11 sep 2017 / 23:41 h - Actualizado: 11 sep 2017 / 23:43 h.
"Viéndolas venir"

Muchos años después, bebiendo sudoroso el agua de la fuente en un parque, nos abofeteó la nostalgia del sabor a lápiz. Cualquiera de ustedes puede evocar el olor sintético de los libros estrenados, el tacto fibroso del estuche sin manosear, el arcoíris ilusionante de la flamante caja de colores, la esperanza pequeñita de que todo vuelva a empezar al copiar el horario del nuevo curso. Y, sin embargo, no terminamos de ser conscientes de la importancia vital de estos primeros compases para la sociedad, a pesar de que en la escuela pública –el mundo mismo en pequeñito, una probeta social– miles de niños pasan, desde hoy, más horas que con sus propios padres. Creo que algún eslogan político lo dice: la escuela es el principio de todo. Pero no basta con decir la perogrullada. Hay que actuar en consecuencia, sabiendo que solo allí pueden producirse la inmensa mayoría de los milagros.

En la clase –y en los pasillos, en el patio, en la puerta– comienzan las primeras pasiones, los primeros descubrimientos deslumbrantes, las primeras amistades, las primeras risas, pero también las primeras decepciones, los primeros miedos, los primeros acosos. Y nuestras primeras modelaciones como seres humanos. Los niños son de plastilina, pero terminan endureciéndose si llegamos tarde. Está en nosotros fortalecer su ilusión y abrirles la mano constantemente a la evidencia de que no están solos, de que el mundo no es nada sin ellos, de que ellos son el mundo. Lo fundamental es nuestro ejemplo activo, en el papel que nos toque. De padres, de maestros, de políticos, de vecinos. Da igual. No podemos predicarles sin invertir, y no solo dinero, que también vale, sino respeto, entusiasmo, imaginación, tiempo, que es lo que más cuesta. Si no, podremos seguir soñando con un mundo mejor, pero jamás conseguiremos que el mundo conquiste sus sueños.