Se puede

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
30 ene 2019 / 08:06 h - Actualizado: 30 ene 2019 / 08:09 h.
"Viéndolas venir"
  • Se puede

El cáncer es una enfermedad de la que, hasta hace muy poco, se temía incluso el sustantivo que la llamaba, de modo que la gente de cierta edad se resiste aún a nombrarla y prefiere utilizar esa perífrasis de una ingenuidad inquietante que todos hemos oído: una cosa mala. Se ha muerto de una cosa mala. Le ha entrado una cosa mala. Como si en el fondo inconsciente de nuestra mentalidad siempre mítica se temiese despertar al bicho con solo mencionarlo, como si las palabras tuviesen ese poder sacramental que se le concede al bautizar o perdonar en boca del sacerdote, que bautiza o perdona con solo decirlo y basta. Sin embargo, paralelamente al esfuerzo sobrehumano de la ciencia por combatir la enfermedad en las últimas décadas, a la fe sin ambages de asociaciones contra el cáncer que todos tenemos en mente, se ha desarrollado una valiente actitud frente al cáncer que contribuye a desactivarlo naturalizándolo, es decir, nombrándolo con todas las letras, diciéndolo sin miedo, subrayando su llana sonoridad de palabra corriente y moliente, desactivando su poder malicioso basado exclusivamente en el miedo, retorciendo el espanto histórico frente a sus dos sílabas temblorosas para decir cuando y donde haga falta que uno tiene cáncer y no es ni mucho menos el fin del mundo.

La lucha contra el cáncer se ha convertido en una fiesta porque se le ha perdido el respeto, el terror, afortunadamente. Así que la enfermedad ha perdido todo su carácter mayúsculo, toda su aura fúnebre de solemne pasaje al otro barrio, ese rancio pedigrí de ir de males, pero a lo grande. Hoy se organizan múltiples festejos y pruebas deportivas para sacar dinero que ayude a la investigación que terminará por erradicarlo, aunque el principal activo de esta lucha es, en efecto, la naturalidad con la que se ejerce ese combate, la falta de misterio con que se trata, la integración en el asunto, comentable a cualquier hora, de mayores y niños.

En mi pueblo, Los Palacios y Villafranca, donde se celebrará el próximo 10 de marzo la III Carrera Rosa de la Mujer, en la que volverán a participar miles de niñas de todas las edades en una prueba de felicidad a lo largo de cinco kilómetros para conseguir a base de cinco euros por inscripción el máximo dinero posible para ayudar a la investigación que siga erradicando el cáncer, le han dado el dorsal número 0 a una mujer que encarna ese cambio de paradigma contra la enfermedad, la clave de su derrota. Se llama Concha Murube y asegura que llevará su dorsal como ha llevado su enfermedad ya derrotada, “más contenta que unas bulerías”. Y lo dice como vive: sin parar de sonreír, contagiando un entusiasmo vital incompatible con la derrota.

Uno ve a Concha Murube en su trabajo, en su casa, en su gimnasio, en sus obras de teatro, con su familia, y tiene la convicción de que actitudes como la suya son las que hacen falta para terminar de convertir el cáncer en una enfermedad vulgar, superable, sin brillo, sin misterio y sin leyenda, una enfermedad como otra cualquiera contra la que, una vez superada como la ha superado Concha, no hace falta tomar “ni una aspirina”, como recalca ella antes de liderar esa Carrera Rosa en la que todo un pueblo correrá riendo, cantando, demostrando que las maldiciones no tienen posibilidad de desarrollo en un hábitat donde la gente se mira a los ojos, se estrecha las manos, salta, corre, vuela, grita, sueña, sabe que se puede. Claro que se puede. Todo es ponerse.