Semana Santa

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23 mar 2018 / 20:36 h - Actualizado: 23 mar 2018 / 21:03 h.

Para el capítulo número mil de nuestra exitosa Guía Cofrade me estoy reservando la expresión Huir de Sevilla. Sí, querido lector: el amor por la Semana Santa es una forma de melancolía y, como tal, una pugna dolorosa con el presente que en algún caso puede manifestarse en ese súbido deseo de poner tierra de por medio entre uno y una tierra que hace mucho que ya no es lo que era. Evidentemente, para el común del gentío se trata de un problema de inadaptación, o sea de torpeza, en esta sociedad que ha convertido la actualización en un valor. Pero otras fuentes consultadas sostienen que apartarse de aquello por lo que ya no nos sentimos concernidos es un acto de honradez, de decencia, de sensibilidad y de inteligencia. Nunca me hicieron gracia esos cofrades que el Miércoles Santo se ponían la túnica y el Jueves Santo se iban a coger coquinas a La Higuerita, en un desdoble de personalidad que si lo llega a conocer Robert Louis Stevenson rompe en pedazos su historieta sobre el tipo ese que se ponía hecho un energúmeno cuando ingería la pócima. La misma poca gracia me hacen los sevillanos que a las procesiones van por ir, convirtiéndose en mero decorado del fenómeno, en pasta humana. Mejor me parece la actitud de quienes, añorando una Semana Santa menos espasmódica y tumultuosa, menos posmoderna y más auténtica y sencilla, menos experimental y más medida, deciden meter apenas los pies en su orilla, ver la del barrio, vivir los prolegómenos... pero no zambullirse en esa piscina municipal de la pasión en que se ha convertido la fiesta más hermosa. Esos, aunque no se van, también huyen. Huyen a verlas en las sillas de su memoria.