Semillas para la paz del alma

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01 ago 2015 / 21:33 h - Actualizado: 01 ago 2015 / 21:35 h.
"Scripta manent"

En las últimas semanas, Sevilla entera ha pasado por el diván de un prestigioso psiquiatra para imaginarse, y dolerse con ello, las sucias escenas de las que ahora acusan al facultativo. De ser ciertas las acusaciones, extremo que corresponderá a la justicia determinar, alguien en quien sus pacientes habían confiado para curarse de las dolencias más profundas del alma, se habría aprovechado de la debilidad para saciar los impulsos más primarios, demostrando así que era él mismo quien debiera recostarse sobre el diván, para curar la podredumbre de su moral.

Cualquiera que utilice la indefensión, la baja estima, la inocencia, o la debilidad de espíritu para saciarse es un cobarde, con el único atenuante de su enfermedad. Pero en cualquier caso debería tener la decencia de abandonar su dedicación al auxilio de otras personas que han demostrado, y no es poco, la valentía de reconocer al demonio que habita en sus almas, y que les impide ser libres, felices... vivir en paz. Lo más difícil del camino hacia la salud mental es siempre el reconocimiento de haberla perdido por cualquier motivo.

Las mujeres que se atrevieron un día a dar el paso de contar a un extraño que no eran capaces de reconocerse en el espejo del alma, volvieron un tiempo más tarde a erigirse sobre sus propios escombros, para contar que habían sido víctimas del abuso de un depravado que abonaba de lujuria el campo fértil de la depresión. Y esa es, probablemente, la única parte hermosa de esta historia a la que la veracidad aportada por una instrucción judicial podría convertir en una novela de horrores y desvergüenzas.

Lo hermoso, si es que puede haber luz entre tantas tinieblas, es que las mismas mujeres que habrían compartido ese diván para bucear en sus pesadillas, el mismo en el que habían adoptado el arquetipo del héroe para derrotar a sus propios fantasmas, decidieron un día contarse el más aberrante de sus secretos, y liberarse con la confesión mutua.

El mal de muchos no es solo, como dice el refranero, consuelo de los ineptos, sino también la constatación, para quienes han de seguir buscando un camino en sus propias vidas, de haber sufrido un mal que bien pudiera haberles parecido incrustado en uno de esos malos sueños, al borde de la vigilia, en un paseo por el abismo de las malas noches.

Las mujeres que han experimentado –siempre supuestamente, y hasta que el abigarrado sistema judicial lo confirme– episodios que nadie debiera soportar, y que probablemente vinieron a agravar la difícil situación psicológica por la que atravesaban, no han estado solas. A su lado, para superar la vergüenza, la incomprensión y el desánimo, han estado familiares, y otros profesionales (estos de verdad, con su moral intacta) que les han brindado apoyo psicológico y orientación legal.

Pero sobre todo, al lado de estas mujeres han estado ellas mismas, unidas, llorando juntas, sosteniéndose las manos unas a otras y encontrando en el calor de la piel, que habían visto ensuciarse de babosa lascivia, ni más ni menos que la paz interior que necesitaban. Cuentan aquellos que las conocen que decidirse de nuevo a dar un paso importante para sacudirse aquello que les azoraba les ha hecho reconciliarse consigo mismas, a través del perdón.

La tierra fértil de sus almas seguía abonada para cualquier semilla que hiciera brotar un camino hacia sus esperanzas. Y la semilla que ha germinado ha sido la del perdón; la de identificar a un mal hombre como un pobre hombre, y a ver en el gesto en el que se reconocen de nuevo cada mañana en el espejo la grandeza de haber sabido interpretar la mezquindad de aquel en quien confiaron, y alzarse sobre ella para enterrar el daño que pudo hacerles.

La mente humana, el corazón humano, siempre nos seguirá sorprendiendo. Las víctimas a las que va dedicado este artículo están más que legitimadas para sentir rabia, ira, dolor... sería comprensible su derrumbe hasta verse convertidas en harapos de sí mismas, y sin embargo, han tejido hilo a hilo un lienzo de perdón que les ha devuelto la paz.

Las mujeres protagonistas de esta lacerante historia se resisten a condenar a quien consideran un pobre enfermo. Ni siquiera de confirmarse que con su enfermedad pudo arrastrarlas al más oscuro de los abismos. Simplemente, buscan su propia tranquilidad, la extinción de sus desvelos en largas noches en las que se espera que la luz brote del horizonte, para ahuyentar los demonios que inundan las madrugadas.

Será, porque así debe ser, la justicia la que ponga el punto y final a larga sesión psiquiátrica por la que la ciudad entera está pasando, compartiendo la tristeza de estas mujeres. Pero ellas mismas han comenzado ya a escribir, con nuevos arrestos de valentía, el último de los capítulos de su tragedia personal. Existe otra justicia, universal, cósmica, que equilibra las tensiones del bien y el mal en cada vida. En todas las vidas. Y esa justicia ya ha dictado sentencia.

@oscar_gomez