La Tostá

Soñando con La Higuerita

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
08 jul 2019 / 08:37 h - Actualizado: 08 jul 2019 / 08:41 h.
"La Tostá"
  • Soñando con La Higuerita

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Los palomareños solían ir a la playa de La Higuerita (Huelva), que entonces era lo menos que se despachaba en playa, porque estaban de moda Marbella, Torremolinos o Punta Umbría. Ir a alguna playa hace medio siglo era un lujo al alcance de pocos, al menos en Palomares. Recuerdo que los que iban dejaban la casa blanqueada y todo por si no regresaban, como si fueran a la luna. Cuando regresaban, ya de noche, se iban a los bares de Ricardo o Pepe el Juez para contar las batallitas y dejar caer la lucha que habían tenido con un pulpo o un calamar gigante en algún espigón. Era solo un niño y aquella fantasía me fascinaba. Hasta tal punto que cuando por fin pude ver el mar de cerca, en San Pedro de Alcántara (Málaga), con solo 16 años, recordé aquellas historias de mis paisanos y me daba miedo meterme en el agua. Veía el mar y pensaba que el cielo se había desplomado sobre la tierra. Era un gran manta azul con brochazos verdinosos. Recordé también cómo mi madre nos aliviaba el dolor de no poder ir nunca a la playa de La Higuerita llenando una caldera de agua fresca del pozo, que colocaba en el corral. O el viejo lebrillo, donde cabíamos los tres hermanos, aunque más juntos que una lágrima. Exprimiendo la imaginación hasta límites sobrehumanos, veía cómo el sol bajaba tanto que teñía de oro viejo el agua del lebrillo. No eran las puestas de sol de Bajo Guía, pero imaginaba que los olivos de Manolo Parrilla que lindaban con nuestro corral eran barcos desde donde nos saludaban a llegar a nuestra altura. ¡Lo que era la necesidad! Ni a la playa podíamos ir en aquella Andalucía de Franco, de los sesenta. Teníamos el río Pudio, digamos cerca, y algo más lejos el Guadalquivir, pero quien osara bañarse tenía asegurada una paliza monumental. Cuando abrieron la piscina de Coria del Río, de lo que hace ya medio siglo, los palomareños que estábamos en el Colegio del Cerro de San Juan, una docena, la frecuentábamos con cierta frecuencia y era una verdadera maravilla. Acostumbrados a las sucias albercas de las huertas del pueblo, llenas de ranas y culebras, la piscina coriana era como de otro planeta. Ya no echábamos de menos la playa de La Higuerita, siempre tan lejana, con la que soñábamos cada noche de verano cuando el recalentado techo de canales de casa convertía el dormitorio en un horno árabe. ¡Ay, playa de La Higuerita, cuántos chapuzones me debes, y cuántos sueños pensando en tus célebres chiringuitos!