Pasado mañana se cumplirá el primer año de la muerte de Juan el Lebrijano, uno de los grandes de la historia del cante. Una misa en San Francisco y una placa en su casa natal servirán para conmemorar la efeméride. Lebrija no olvida a sus hijos artistas y Juan era tan lebrijano como el barro alfarero o el fresco de la marisma. También se va a cumplir este mismo mes el primer año del adiós de José Menese, otra de las voces de oro del cante flamenco. Me han contado que el pasado sábado dolía no ver al gran morisco en la Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla, en La Fuenlonguilla, un cortijo rodeado de olivos cuyas chuecas crujían cada vez que cantaba por soleá. No sé si los festivales de verano van a aguantar este río de ausencias, aunque no paren de salir nuevas voces. La Caracolá, sin Lebrijano, y la Runión sin Menese, son otras historias. Un día estuve con Juan Peña en su pueblo, comiendo en su casa de campo, y tomando un vino de la tierra me confesó que Lebrija era su inspiración y el principal alimento de su alma cantaora. Me gusta que en su pueblo lo sigan sintiendo tan vivo.