Si hemos llenado las ciudades y hasta los pueblos de carriles para bicicletas, que es algo maravilloso para quienes les gusta eso de pedalear, ¿por qué no construimos las aceras pensando en los bares y en quienes les gusta eso de zamparse una pavía de bacalao bajo el sol o la luna de Sevilla? No me imagino esta ciudad sin veladores en las calles, pero para eso tendría que haber aceras anchas, que algunas son todavía de cuando nos quedábamos extasiados viendo andar al popular Vicente el del Canasto o cómo El Pali asomaba las rodillas más allá de los adoquines de su acera cuando se sentaba en la puerta de su casa a soñar con las papas aliñadas y la carrillada en salsa. «Sevilla sin sevillanos», dijo Antonio Machado, pero, ¿sin veladores? A ver si vamos a tener que proponer que se haga un tapeódromo en Las Pajanosas, porque los sevillanos somos de calles, de aceras y siestas en plazas y parques. Llegan los caracoles y, sinceramente, ¿alguien se imagina comiendo estos moluscos, con casi cuarenta grados a la sombra, en la oficina? Un carril para el tapeo, por favor. ~