Un mundo injusto fabricado por todos

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13 may 2017 / 11:46 h - Actualizado: 13 may 2017 / 11:46 h.
"La vida del revés"

Es evidente que los gobiernos ya no saben dónde está el timón y que, si lo saben, no tienen acceso a él. Gobiernos a los que hemos ido colocando nosotros, los que tanto nos indignamos ante lo que está sucediendo. Es el dinero el que mueve el mundo y lo hace a un son que arrasa con los valores que el ser humano nunca debió dejar en la cuneta (eso que ahora suena tan ridículo: honor, valor, decencia...); con sociedades enteras que mueren de hambre para que el mundo desarrollado pueda continuar avanzando por un camino equivocado. El dinero ordena a un son que todos bailamos y que, pese a quien pese, nos encanta. Leo prensa, blogs, comentarios en redes sociales; escucho la radio y me encuentro con que el gran problema es el precio de la vivienda, la imposibilidad de pagar las hipotecas o el alquiler, el paro descomunal, los sueldos diminutos. Y es verdad, pero qué significa eso. Los indignados lo estamos porque el dinero no nos da para más. Lo del hambre en medio mundo, la deforestación galopante del planeta, el cambio climático (¿recuerdan?), las guerras crueles o el analfabetismo ya lo arreglaremos cuando dejemos de estar indignados. Nos indigna la falta de dinero. Lo demás no tanto. Y las voces se elevan pidiendo menos literatura y más compromiso. ¿Con qué? ¿Con las hipotecas? ¿Con la subida de sueldos ajenos? Ya está bien de tanto pasteleo, ya está bien de tanto posar para salir guapo al decir cosas leídas. Ya está bien de gritar «queremos el timón» para guiar la nave sin saber que el timón ya es de otros. Hay que empezar por el principio. Por pensar lo que tenemos enfrente antes de cacarear frases que se vaciaron hace muchos años. Los gobiernos actuales viven de espaldas a la ciudadanía. Eso es verdad. Tan verdad como que las personas viven de cara a la pared creyendo que contemplan el cosmos entero. De espaldas a su propia realidad. Estamos jugando a que la cosa mejore para algunos disfrazando el discurso de indignación y falsa filosofía.

La desaparición masiva de lo trascendental ha hecho desaparecer un más allá que a muchos les servía de referencia. Y no hemos cuidado, al destruir, ni siquiera el más acá. Todo es aquí y ahora. Todo es dinero. Todo es material. Nada del pasado sirve para aprender, no hay un futuro que vaya más allá de sobrevivir cada día. Eso sí, a cuerpo de rey unos; con lo puesto otros.

¿Cómo se gestiona esto? Pues con una carga de hipocresía apabullante que forma parte de cada gesto que hacemos. Lo del capitalismo brutal e inhumano es un problema; nosotros, cada uno de nosotros, nuestro vacío, nuestra falta de cultura y la falta de ideas es otro. Insisto en que ya no sabemos ni lo que decimos o creemos que estamos inventando el mundo cuando abrimos la boca para decir una idiotez. Nos ponemos estupendos opinando sobre esto o aquello, muchos acuden a los templos sagrados fingiendo una bondad que no han olido en su vida; gastamos cantidades ridículas de nuestros sueldos en apadrinar niños que, en realidad, nos importan más poco que mucho (¿alguien sabe qué hacen con el dinero que mandamos? ¿Alguien se ocupa con seriedad de seguir la pista de las ayudas?); gritamos en la calle, protestamos y afirmamos que un mundo mejor es posible (es decir, que podemos ganar más pasta, pagar la hipoteca con facilidad y cosas así) justo antes de ponernos ciegos bebiendo y comiendo.

Efectivamente, vivimos un mundo injusto y cruel. Y nos inventamos otro que nos gustaría vivir, pero por el que no estamos dispuestos a perder un céntimo. Jugamos a remover conciencias que, sencillamente, se ocupan de sí mismas se pongan como se pongan.

¿Quién reflexiona sobre lo que pasa? ¿No somos igual de borregos todos? ¿Alguien puede decirme en qué consiste el movimiento populista que estamos viviendo? ¿Conoce alguien a los que pueden plantear soluciones viables a los problemas que nos aplastan? ¿Quién demonios piensa sobre el mundo, sobre una civilización en jaque que se expone a sí misma peligrosamente? Creo yo que salir a la calle a protestar, o votar una opción política radical, debe ser el siguiente paso a pensar sobre el problema. Ya lo he dicho más veces y no me cansaré de repetirlo: defender ideas significa tenerlas o asumirlas como propias desde la reflexión. Pero aquí no hay nadie que tenga una idea potable en la cabeza. Ni propia ni ajena.

Arreglar las cosas desde el alboroto (sólo) no es el camino. Es otra forma de aborregar al personal. Y con esto no quiero decir que haya que eliminar las protestas callejeras. Al contrario. Pero llenando cada grito de un contenido concreto y claro. Meditado. ¿Queremos defender un cambio y llegar hasta las últimas consecuencias defendiendo lo que creemos justo? Tengamos ideas. Pensemos en lo que decimos. El resto (eso de estoy indignado porque la vivienda es cara o cobro muy poco) es entrar de lleno en un sistema negándolo al mismo tiempo. Ya está bien de ser tan hipócritas.