A pesar de ser un entusiasta del fútbol, practicante en años mozos y admirador de Messi, el sábado no vi la final de la Copa del Rey. Me decanté por ver con mi madre Se llama copla, que ya hay que querer. Sabía lo que iba a pasar y me pareció una vergüenza no porque se pitara una vez más al himno de España, que siendo la Copa del Rey, antigua Copa del Generalísimo, es inevitable. Lo digo por el poco respeto que les tienen los que pitan a quienes aman ese himno y al fútbol por encima de todo. Un señor que va al fútbol y pita al himno de su país es un descerebrado. Pero es algo que se alimenta semanas antes desde los medios. Y quién se resiste a la pitada si sabe que esa misma noche será el asunto que abrirá los telediarios e informativos, y que al día siguiente será el tema elegido por todos los columnistas. No se puede evitar ese vergonzoso espectáculo. En Francia, si sucede, suspenden la final. Pero nosotros no somos Francia, somos un país envenenado por su propia historia y la gente necesita escupir el veneno. Y qué mejor sitio que un campo de fútbol y con el rey Felipe VI delante.