Culmina el curso; también en lo cofrade. Baja la actividad cultual y cultural, el trajín y la convivencia de las casas de hermandad, las visitas a las imágenes en la intimidad de sus capillas y camarines y hasta el contacto continuo de esas caras habituales que marcan el día a día de las cofradías. Es el colofón de un calendario denso y frenético de actividades de todo signo que también convendría mirar. Termina, en definitiva, un periodo hábil o lectivo en el que, tantas veces, no estuvimos a la altura. Las cofradías sevillanas tienen muchos, muchísimos valores, para acaparar titulares y mostrar cuanto merecen la pena pero a veces son noticia por otras cosas –también muchas– que podrían ser perfectamente mejorables. El patético proceso electoral que ha dividido a la Hermandad de la Esperanza de Triana podría ser el último capítulo de este apartado pero hay otras muchas asignaturas pendientes y sobre todo, una imperiosa necesidad de sacar a nuestras corporaciones del amarillismo en el que se mueven en ocasiones. Las hermandades se desenvuelven en un tiempo y un espacio precisos. Es el que les toca. Y posiblemente ese espacio y ese tiempo no es el más propicio para la lírica. No hace falta narrar más taras pero sí se hace necesaria una llamada a la instrospección. Las cofradías necesitan mirar hacia dentro y sabiendo de dónde se viene a lo mejor se termina por saber a dónde se va. ~