Ganan los valores

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25 abr 2017 / 23:31 h - Actualizado: 26 abr 2017 / 07:50 h.
  • Ganan los valores

Tal vez lo que ha sucedido en Francia durante la campaña de las elecciones presidenciales debería ser un aviso para los partidos políticos llamados tradicionales, que en España tienen reflejo en el PP y en el PSOE.

En Francia, tanto los republicanos como los socialistas han quedado fuera. El próximo presidente de la república francesa será alguien que no milita en los partidos que se han ido alternando en el poder desde la II Guerra Mundial. Por un lado, la corrupción y, por otro, la división interna, de los republicanos y los socialistas, respectivamente, han sido la causa del desastre electoral. El candidato republicano ha eludido a la justicia en el último momento aunque su imagen se ha visto deteriorada gravemente. Las primarias que se celebraron en el Partido Socialista francés solo lograron dividir y generar una ruptura que será difícil arreglar.

Tarde o temprano, los ciudadanos tiran la toalla ideológica o la de una simpatía inquebrantable cuando comprueban que los políticos dedican buena parte de sus esfuerzos a robar dinero público, a cobrar comisiones o a colocar a la familia en puestos que no alcanzarían si tuviesen que competir con otros veinte candidatos. Tarde o temprano el hartazgo se apodera de los ciudadanos que comprueban que el poder dentro de los partidos poco tiene que ver con el bien común, con las ideas fundamentales que mantienen ideológicamente una formación histórica o con la construcción de algo que tenga que ver con la militancia de base o los votantes de siempre.

La corrupción solo puede acarrear desconcierto y desilusión entre los votantes. La división y no ser capaces de tener un candidato que represente la unidad de un partido político significa pérdida de votos y, sobre todo, de ilusión.

Tanto el Partido Popular como el Partido Socialista Obrero Español deberían tomar nota de lo que ha sucedido en Francia. Las situaciones se parecen bastante más de lo que podría parecer. Y la paciencia de los ciudadanos, incluso de los españoles, tiene un límite. Las tramas corruptas de Madrid y Valencia son una lacra que el PP soporta como puede. Esperanza Aguirre que representaba un liberalismo económico y una posición política conservadora, revestida de valores como la integridad, la búsqueda de progreso o la unidad de España, se ha visto obligada a dimitir cuando la situación se ha convertido en insostenible. Y todo lo que ha defendido con tanta vehemencia durante años se ha visto dañado irremediablemente. Susana Díaz hace esfuerzos para conseguir unir un partido que Sánchez partió por la mitad y que sigue queriendo así, dividido. López aporta poco y estropea más de lo que él cree al mantener rupturas para encontrar su propio hueco que no le llevará a ningún lugar. Nadie quiere en casa cacharros rotos y el PSOE, salvo que Díaz logre su objetivo, terminará siendo eso.

Los partidos tradicionales, además, no están sabiendo responder a las demandas de los españoles. La diferencia con Francia es que aquí no tenemos un recambio que sirva para hacer que el motor político siga funcionando con ciertas garantías. Pero sí tenemos formaciones dispuestas a gripar ese motor para que su relevancia aumente a base de sumar fracasos ajenos.

Si el PP y el PSOE no solucionan sus asuntos turbios el futuro se puede complicar.