Cuando, primero los viejos foros de internet, y, unos años más tarde, lo que se conoce como redes sociales, se implantaron como forma de intercambio de información, de ideas y asuntos que tenían que ver más con las relaciones personales y familiares que con otra cosa; la regulación por parte de las propias plataformas o de las Administraciones públicas parecía innecesaria. Al fin y al cabo se trataban de mecanismos en los que se manejaba lo doméstico y poco más.

Hoy ya no es lo mismo. Las redes sociales han adquirido una importancia desmesurada y todo lo que pasa por ellas y adquiere la relevancia que conocemos como viral, se convierte en una máquina de gran poder que puede arrasar o elevar a los altares sea lo que sea. El poder perverso de las redes sociales reside en la falta de contrastación de informaciones, en la posibilidad de convertir algo falso en una verdad universal e intocable y, en el anonimato de muchos que las utilizan para poder operar en internet con impunidad.

El problema va creciendo y es necesario que se regule el uso de esas redes sociales. Las informaciones que se van recibiendo acerca de posibles injerencias de países terceros en campañas electorales, volcando informaciones falsas y maliciosas con el fin de generar conflictos; o el uso de esas redes sociales por parte de delincuentes de todo tipo (estafadores, pederastas?) o terroristas que asesinan en diferentes lugares del mundo; son más que preocupantes.

El problema es determinar qué hacer y quién debe hacerlo. No cabe duda que son las propias plataformas las primeras responsables de lo que sucede en los espacios que habilitan para la publicación de distintas opiniones, imágenes y vídeos. Y son las que, técnicamente, pueden resolver el problema. No es posible permitir que en esas plataformas pueda ocurrir cualquier cosa sin tener ninguna responsabilidad apoyándose en, por ejemplo, la libertad de expresión. Intentar cargar la responsabilidad sobre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o sobre un ministerio u otro, es algo impensable y que no resolvería un problema que está cerca de convertirse en algo incontrolado e incontrolable.

Se necesita una solución urgente en la que los filtros utilizados por las propias plataformas sean efectivos e impidan que se conviertan en impedimentos para el desarrollo normal de la convivencia.