Si un objeto creado por el ser humano ha sido difusor de la cultura y ha logrado instalarse en la vida cotidiana de todas las sociedades, ese ha sido el libro. En los libros se puede encontrar cualquier cosa que ha sido, es y, posiblemente, será, el hombre. Desde los datos más técnicos a las historias de ficción más asombrosas; desde los deseos humanos más extravagantes a la sabiduría más ancestral. Y tal es la importancia del libro en nuestra cultura que no podría concebirse cómo es, cómo funciona, si no existieran estos objetos tan llenos de lo que es la propia condición humana.
El libro es el símbolo cultural más importante de la historia. Ninguna sociedad ha logrado progresar al margen de él. Porque el libro es un objeto que representa lo que el ser humano es; se podría decir que los hombres y mujeres de todo el mundo son un libro que tiene su réplica en lo que podemos encontrar sobre las estanterías de cualquier biblioteca del mundo. No hay que olvidar que el ser humano es lo que sabe y es capaz de transmitir. Ray Bradbury, en su distopía Fahrenheit 451, ya explicaba, desde la ficción, que una sociedad moderna al margen del libro no puede ser una sociedad.
El libro, como símbolo cultural, ha aguantado con fuerza la llegada de las nuevas tecnologías. A pesar de todo, cada persona entiende que la importancia del libro es de tal envergadura que se resiste a reemplazarlo por otros formatos. Es de las pocas cosas que logran coexistir con elementos técnicos que han arrasado en otros ámbitos. Porque el mundo no podría entenderse sin Guerra y Paz de Lev Tólstoi, sin que el Quijote siga representando el salto más importante hacia la modernidad de la sociedad, sin que los poemas de Federico García Lorca sean un canto al mundo de esa belleza en el que el nuestra existencia se convirtió desde que el hombre es hombre. ¿Cómo puede nadie explicar lo que representa la tragedia humana sin un libro de Shakespeare entre las manos?
El ser humano camina de la mano del libro. Y hoy se celebra ese matrimonio que nunca podrá fracasar puesto que las partes de la pareja son, en esencia, la misma cosa.