La Pasión

Un disparo en el alma

Tuve que admitir que no vería envejecer a mi padre, que el hombre que más quería en el mundo, mi espejo, no estaría cerca en la vida que tenía por delante

28 jul 2017 / 13:00 h - Actualizado: 29 jul 2017 / 22:41 h.
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La voz de Ramón el tragabollos, costalero de Sevilla, loco perdido por su Señor moreno de la Salud de Los Gitanos, permanece clavada aquí, en mi pecho, tan fundida, tan agarrada a mi cuerpo como el amor al insomnio cuando se quiere de verdad. Fue Ramón el encargado de decirme que, a partir de aquel día, había perdido para siempre a mi padre. Me abrazó con fuerza en la puerta de casa y me dijo: «Hoy tienes que decirle adiós a algo muy grande, pero saldrás adelante».

Y así, con veinte años, tuve que admitir que no vería envejecer a mi padre, que el hombre que más quería en el mundo, mi confesor, mi jefe, mi espejo, mi ideal de persona, no estaría cerca jamás en esa vida que aún yo tenía por delante.

El fotógrafo Antonio Sánchez Carrasco, que es capaz de jugar con la luz como un niño con los puñados de arena mojada en la orilla del mar, sin riesgo a que la belleza termine, ha publicado en Facebook una instantánea del hombre que lo engendró. Con el título «Mi señor padre ná menos... aquí pierdo yo pie», el artista baratillero capaz de detener el tiempo cuando el Señor de Sevilla se marcha dándole la espalda a tu amargura y a mi condena, le ha regalado al mundo un retrato en penumbra de un caballero de cara veterana y mirada sabia, delante del objetivo más limpio que existe en el mundo, el de su propio hijo que lo mira y aprieta el botón. Qué curioso. Jamás un hijo le ha disparado a un padre con tanto amor.

La fotografía, de una calidad más que notable, nos muestra a un caballero que podría ser cualquier padre del mundo, pero es el de Antonio. Y el fotógrafo se sabe y se siente afortunado. Tiene motivos.

Esa foto, y ese comentario, me han recordado una ausencia, un puñal, un vacío, un tiempo sin reloj, una herida sin yodo, una cicatriz siempre húmeda, un agujero negro, un temor, una cuerda floja, una lágrima que nunca termina la pista eterna de mi mejilla, un dolor siempre terminal que no acaba. Echo de menos a mi padre. Sí. Con el cuerpo y con el alma. Cada día.

Me queda a cambio la alegría de saber que tú lo tienes cerca y lo disfrutas, que le cuentas tus cosas y encuentra acomodo tu duda. Que en esas arrugas descansan tus miedos y que de esa boca de tu padre salen aún los mejores consejos, los más importantes: te quiero, la confianza y el abrazo verdadero, la mano tendida y la sangre de tu sangre.

Un día, querido Sánchez Carrasco, me hiciste llorar con la foto de nuestro padre, el de los viernes a sus plantas. Hoy me haces llorar con la foto de tu padre, porque yo de esos ya no tengo. Ya me basta con verte feliz y saber que allí tus heridas se están curando con besos.