Es una persona que está en los anales de la Historia de España, Andalucía y Sevilla. Eduardo Saborido, obrero metalúrgico, nacido hace 77 años, fue uno de los dirigentes políticos y sindicales más importantes en la clandestina lucha antifranquista. Militante desde 1960 en el Partido Comunista, cofundador en 1962 de Comisiones Obreras, sufrió detenciones incluso durante la Transición, bajo el Gobierno de Arias Navarro en 1976, tras la amnistía mediante la que el Rey Juan Carlos dictó su salida de la cárcel de Carabanchel mediante la anulación de la condena del ‘Proceso 1.001’, que lo mantenía preso desde 1972 junto a Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius y buena parte de la cúpula del sindicato, incluidos compañeros sevillanos como Fernando Soto y Francisco Acosta, que también formaban parte de la plantilla de Construcciones Aeronáuticas (CASA) en su factoría de Tablada.
Ahora que coincide la conmemoración del 40 aniversario de las masivas manifestaciones del 4 de diciembre de 1977 en todas las ciudades andaluzas, que fue para muchos ciudadanos la primera experiencia en participar en una manifestación de carácter político. Y ahora que se debate sobre los logros y sobre las asignaturas pendientes de aquel periodo, en un contexto de fuerte tensión institucional por el desafío secesionistas desde Cataluña al orden constitucional que ha dotado a España del mayor grado de derechos y libertades de toda su Historia, resulta especialmente pertinente para personas de todas las generaciones conocer el testimonio de quien se jugó el tipo durante 15 años bajo la dictadura franquista, y después durante 15 años fue diputado (4 en el Congreso y 11 en el Parlamento andaluz). Un ciudadano que sí sabe lo que es ser preso político y cuya esposa, Carmen Ciria Ruiz, tuvo que criar a sus tres hijos durante muchos años haciendo labores de modista en casa mientras él estaba o perseguido o detenido o encarcelado.
¿Cuáles son sus orígenes familiares?
Mi padre era de Granada y mi madre de Badajoz. Él trabajaba de chapista en la Fundición Balbontín, en la calle Goles. Padecía del corazón y murió cuando yo tenía solo un año, fui su único hijo. Mi madre trabajaba en el servicio doméstico, se colocó en la Pirotecnia Militar, y volvió a casarse cuando yo tenía seis años. Mi padrastro era mecánico de reparación de aviones en la Maestranza Aérea y es el padre de mis tres hermanos. Mi madre dejó su empleo en la fábrica para centrarse en la crianza de todos nosotros y ganaba algo de dinero limpiando fuera de casa. Mi barrio de infancia y adolescencia fue la Puerta Real y el entorno de los Humeros, estudié en el Colegio San Laureano, hasta que a los 11 años me sacaron para entrar a trabajar de botones en un bufete de abogados y ayudar al sustento de la familia.
¿Qué recuerda de aquello?
Era un bufete donde mi madre iba a limpiar, y ella lo pidió. Me dedicaba a coger el teléfono, abrir la puerta, hacer mandados... Pagaban muy mal. Estuve seis años en el bufete. Era usual en muchas familias de entonces sacar a los niños del colegio para que ganaran un dinerillo. Como me quedé a medias en los estudios, eso me obligó años más tarde a hacer por libre el Bachillerato elemental.
¿Y su primer empleo con fundamento?
En 1957, a mis 17 años, vi un anuncio en el periódico y eché la solicitud para trabajar en la fábrica de aviones de Hispano Aviación, en Triana. Entré y fue para mí un gran salto. Salarialmente fue un avance muy grande. Empecé en el bufete ganando 100 pesetas al mes y cuando me fui eran 150. Mi primer sueldo en la Hispano ascendía a 725 pesetas. Para la época era una buena factoría, de clase obrera cualificada, tenía escuela de aprendices, y todo el personal estaba motivado para aprender y perfeccionarse con las continuas novedades que iban incorporándose a la aeronáutica. Quizás al ser un sector estratégico para el Gobierno, y un escaparate, el ambiente era menos represivo y bruto que en otras industrias. Como Hytasa, donde las condiciones se asemejaban a un campo de concentración, aunque eso no lo fui descubriendo hasta que años después empecé mi actividad sindical y política.
¿Cuándo fue la primera vez que toma conciencia para cuestionarse qué era aquella España?
A partir de 1957, cuando entré a trabajar en la factoría de Hispano Aviación, en Triana. Hasta entonces, yo era un muchacho que no había pensado nunca en que hubiese otro mundo distinto al que yo había vivido, en el que era habitual el dominio por parte de la Iglesia, el férreo orden establecido por el gobierno, la discriminación con las mujeres, etc. Aquella fábrica fue mi universidad de la vida. Cada trabajador veterano, sin darse cuenta, era como un profesor. En esas fábricas de más de mil trabajadores, se hablaba mucho en los corrillos en la puerta por la mañana, antes de sonar la sirena para entrar. También se aprendía mucho durante el horario del bocadillo. Fue para mí un contraste total respecto a mi ambiente fuera de la fábrica.
¿Qué comentaba de esos descubrimientos e inquietudes con su ambiente de familia, amigos de barrio,...?
Esos procesos de cambio de mentalidad eran muy lentos. No era una época en que los chavales discutiéramos mucho. Contarle a mis amigos las vivencias en la fábrica no era interesante para ellos. No había interés por la política, ni por la cultura,... Era una España bastante gris. Distinto fue cuando di el salto a la actividad política y sindical. En aquella época, todo un salto casi al vacío.
¿Hubo algún hecho que le impulsara a decidirse?
Sí, un día que me impactó y que me sacó de la ignorancia sobre muchas cosas. Era 1958. Como todas las mañanas, cogí en San Laureano el autobús para ir a trabajar a la fábrica. A diario llegaba de bote en bote, porque esa línea de bus pasaba por muchas factorías. Pero esa mañana, llegó vacío. Nos montamos tres chavales del barrio que coincidíamos a esa hora para ir a la Hispano. Estábamos sorprendidos. El mayor de los tres, más avispado, se bajó en Plaza de Armas y siguió el camino andando. Cuando los otros dos llegamos a nuestro destino, nuestro asombro aumentó. Había centenares de personas concentradas junto a la puerta de la fábrica. Empezamos a andar y nos hicieron un pasillo. Y nos llamaron esquiroles. Tenía 18 años y fue la primera vez que oí esa palabra, no sabía ni qué significaba.
¿Qué estaba sucediendo?
Una huelga convocada para toda España por el Partido Comunista, propagada desde Radio España Independiente, conocida como ‘la Pirenaica’. El PCE, que era la única oposición significativa, pese a vivir múltiples penurias en la clandestinidad dentro y fuera de España, había decidido en 1956 pedir la reconciliación entre los españoles para superar la guerra civil y las divisiones que habían propiciado esa terrible contienda. Que la guerra no la habían perdido solo los rojos, sino todo el país ante una rebelión militar. Tan lento era todo en aquella España que tardaron dos años en articular una Jornada de Reconciliación Nacional, con un llamamiento a la población para hacerse notar, mediante huelgas, concentraciones y otras acciones simbólicas. No coger el autobús fue una de ellas. Era la menos comprometida, y fue llamativa. En cambio, cuando sonó la sirena de la Hispano, había mucho miedo. Algunas voces pedían no entrar a trabajar, pero faltó valor, y al segundo pitido de la sirena, la gente entró en masa a la factoría, fracasó el plante. Yo me llevé un mes preguntando en los corrillos qué era todo aquello, qué había pasado. Y por qué algunos se metían conmigo. Me costó tiempo asimilar aquel conflicto.
¿Quién le introdujo en el Partido Comunista?
Sobre todo una persona que tenía el alias de Garibaldi, y que resultó ser José Aguirre, un fresador en la Hispano Aviación. Ya había descubierto que en la fábrica, casi todos los días, entraba un policía destinado en Triana que iba a hablar con el jefe de personal, para intercambiar información con el fin de detectar opositores al régimen. En aquel ambiente de clandestinidad, el primer alias que me dieron fue Emilio. Y me encargaron crear las juventudes comunistas en Sevilla. La Policía no me detectaba e iba a hablar a grupos en Astilleros, en Abonos Sevilla, en la Alameda, en Alcalá de Guadaíra... Me lancé a todo ello muy ilusionado, y al no ser detenido rápidamente tuve tres años para madurar.
¿Cómo se atrevió a presentarse en 1963 a unas elecciones sindicales?
La importancia que tuvo en 1962 la huelga general de los mineros asturianos, durante tres meses, desbordó a los sindicatos verticales del régimen. Los mineros lograron formar comisiones para tener su propia representación y el ministro sindical, Solís Ruiz, llegó a desplazarse a Asturias y reunirse con ellos. Fue un hito y el Partido Comunista vio que había una oportunidad. Mandó desde el exilio en Francia instructores a todos los centros industriales de España donde tuviese alguna célula y empezó a formarnos para aprender a articular comisiones, asambleas, resoluciones, escritos, reivindicaciones, entrevistas, negociaciones... Y aprovechamos otra ventaja: quienes encarnaban el sindicalismo en las fábricas solían tener 60 años y apenas se movían, mientras que nosotros éramos muy jóvenes, y muy dinámicos. Empezamos a hacer muchas cosas nuevas, a consultar a la gente qué querían reivindicar. Y les caímos bien a muchos trabajadores, se convencieron de que íbamos por derecho. En la Hispano Aviación fue de las primeras fábricas donde ganamos las elecciones sindicales. Y después dimos el salto para lograr representación a nivel provincial en el sector metalúrgico. Fuimos tejiendo red en todos los sectores, y empezamos a hacer huelgas y manifestaciones. Cuando nos ilegalizaron, ya teníamos mucha fuerza.
Usted se movería en los años 60 por muchos barrios, tanto los antiguos como los de nueva construcción. ¿Cómo era la vida en aquella Sevilla?
En cada barrio del centro había presencia de todas las clases sociales y eran evidentes las diferencias. Junto al Palacio de la Duquesa de Osuna, en el Museo, estaba el Corral de las Mercedes, donde vivían hacinadas muchas familias, con habitaciones sin ventanas, con un solo váter para un montón de gente... Muchas veces se habían transformado cuadras de las familias aristocráticas en casas de vecinos. Por ejemplo, en la calle Bailén, había una casa que la convirtieron en El Parador, mezcla de fonda y de casa de vecinos, donde las sábanas hacían de puertas y donde las habitaciones eran la división de las antiguas cuadras.
¿Y en las barriadas que se construían tras la riada de 1961?
Al principio parecían guetos, poco a poco se fueron adecentando, como Los Pajaritos. Aquella gran riada que obligó a montar campamentos para alojar a miles de personas, y la tragedia del accidente aéreo en la Operación Clavel, evidenciaron a ojos de toda España que en Sevilla no se había hecho nada durante los 20 años posteriores a la guerra civil. La situación de la ciudad era tercermundista. Aquel follón cogió de gobernador civil a Hermenegildo Altozano Moraleda, que no era falangista, en realidad era monárquico y simpatizante de Don Juan de Borbón. Fue quien se atrevió a llevar a Franco al Vacie y meterlo en el lodazal. Lo quitaron pronto del cargo. Y nombraron a Pedro Gual Villalbí ministro sin cartera para enviarlo a Sevilla y dedicarse a la gran operación de construir viviendas durante toda la década de los sesenta. La población que fue alojada en esas barriadas fue pura clase obrera, iba creciendo una ciudad nueva donde empezaron a proliferar comisiones de vecinos, en paralelo a las comisiones de obreros que estábamos articulando en las fábricas.
Un momento emblemático de su labor en la Sevilla de los años 60.
Cuando me detuvieron a principios de 1967. Mis compañeros lograron reunir a más de 1.500 personas para protestar en las calles pidiendo mi libertad. Jamás había sucedido eso en Sevilla durante el franquismo. Yo estaba en el calazobo y no lo sabía. Pero comencé a notar que bajaba la presión de los policías hacia mí. Tras liberarme una semana después, a partir de ese momento, se empezó a normalizar que algunos policías se sintieran nerviosos ejerciendo la represión: porque tenían que obedecer a sus superiores pero se topaban con la normalización de una creciente contestación social.
De las mil y una vicisitudes que usted vivió dentro y fuera de la cárcel, elija al menos una como lección de vida que quiera compartir con las nuevas generaciones.
Una como homenaje al valor de mi esposa, Carmen Ciria Ruiz. Cuando en diciembre de 1970 se declara el estado de excepción para seis meses, se extendió una ola de detenciones y represión para atemorizar a la población. Si te pillaban, te podían tener los seis meses en el calabozo sin miramiento alguno. Me cogió fuera de casa. Contacté con mi mujer como hacía siempre, llamando a una lechería cercana a casa, para que no me detectaran. Y recibí el mensaje: “No vengas”. Fui buscando amigos no fichados para guarecerme en casa de alguno. Muchos se negaban, por miedo a que la Policía me descubriera y también encarcelara a toda su familia. Por fin encontré uno que me metió en su casa. Y allí pillé la gripe. A los dos días, ese amigo, muy nervioso, me presiona para echarme. Con fiebre alta, hago otra ronda de búsquedas, pero nadie acepta esconderme. No vi más opción que ir a casa de mis suegros, donde estaba mi esposa, pues nuestro domicilio estaba vigilado.
¿Qué sucedió?
Entré, me acosté tiritando, y todos estaban asustados, llorando. Ella, que estaba embarazada de seis meses para tener a nuestro tercer hijo, sale de inmediato hacia la farmacia para comprar medicinas, y se topa con tres policías subiendo la escalera. Uno de ellos, de apellido Colina, era muy violento, me había detenido varias veces y ella le conocía. Le preguntan por mí y les dice que no estoy en Sevilla. No la creen. Y tuvo la sangre fría de responderles: “Ya le he dicho que mi marido no está, busca trabajo en Madrid. Si quieren ustedes, pasen. Yo estoy yendo a la farmacia porque mi abuela está muy grave, veremos a ver si no se muere del susto cuando usteden entren”. Ella siguió escaleras abajo, los policías siguieron sus pasos, hasta que entró en la farmacia, y se marcharon. Cuando regresó a casa, por poco se desmaya, le temblaban las piernas tras haber superado tan difícil situación. Lo contó todo, y la familia se puso aún más nerviosa [cinco días después falleció su abuela, y quince días después su abuelo]. Me tomé la medicación y le dije que buscara a alguien que me sacara de allí al día siguiente lo más temprano posible. Y lo logró, salí de tapadillo por otra puerta. Tuvo más valor y sangre fría que yo.
Hace 40 años participó en Sevilla en la emblemática manifestación del 4 de diciembre de 1977 para reivindicar el papel de Andalucía en la España democrática que se estaba conformando. Con la perspectiva que dan 40 años, a su juicio, ¿qué balance debe hacer Andalucía de su gobernanza y significación en la España autonómica?
El desarrollo del sistema democrático ha sido muy positivo tanto en derechos y libertades como en crecimiento económico y bienestar social. Hasta que la grave crisis de 2007 pone en cuestión algunas de sus bases. El sistema autonómico también ha sido positivo. Lo que no ha resuelto es algo que hace 40 años parecía que iba a solucionar: la igualdad entre todos los españoles. La desigualdad entre regiones, o en algunas de sus zonas, sigue siendo igual, o hasta peor. Andalucía sigue teniendo un altísimo porcentaje de paro. No es capaz de remediar el diferencial de desempleo en relación al conjunto de España. El régimen autonómico ha armonizado la marcha general del Estado, pero no ha resuelto las desigualdades económicas. Ahí se ha fallado de manera grave.
¿Por qué?
Se ha armonizado España territorialmente pero no socialmente. En los primeros veinte años del periodo democrático, nos empezó a llegar el modelo de Estado de Bienestar que se había impulsado en Europa tras la II Guerra Mundial, y sí hubo más reducción de las diferencias de renta entre los diversos sectores de población. Pero tras las crisis de 1993 y 2007, se evidencia hoy que persisten notables diferencias entre clases sociales. En Andalucía se notan más. Con la igualdad territorial no se ha conseguido la igualdad social. Ahora se enfatiza desde Andalucía que nos dan menos dinero en la financiación autonómica. Pues aunque hubiese una financiación mayor de la que hay, no arreglaría lo que está por resolver: las diferencias entre clases sociales. Siguen existiendo, y ni desde el Gobierno central ni desde el andaluz se ha reequilibrado esa correlación de fuerzas. En Andalucía, también se han ido de rositas los grandes capitales que han provocado esta crisis. En Andalucía continúa faltando sector industrial y seguimos teniendo un 25 o 30% de paro. Mientras tanto, las grandes fortunas desvían su dinero a paraísos fiscales.
¿Qué opina de la paulatina pérdida de protagonismo y reputación que han sufrido los sindicatos a lo largo de estos 40 años?
No creo que haya habido poco protagonismo. Sí han confluido varios factores. El avance del bienestar social, como nunca se había conocido en España. Los sindicatos le dimos paso a los partidos políticos para la construcción política de la democracia, pusimos esto como prioridad antes que los temas sindicales. Tanto, que los partidos organizaron cómo financiarse y no resolvieron la financiación de las organizaciones sindicales. Los sindicatos se fueron acomodando a apenas reivindicar, en un país que estaba mejorando. Pero cuando aparece una crisis económica, baja la afiliación, sindicatos como CCOO se encuentran con recortes tremendos en sus ingresos y con gran dificultad de movilizar a los trabajadores porque hay mucho paro. A pesar de eso, se han hecho 13 huelgas generales, tanto a gobiernos del PSOE como del PP, y siempre la principal reivindicación ha sido atajar el paro.
¿No deben hacer autocrítica?
La burbuja inmobiliaria dio una sensación de bienestar económico a mucha población, se redujo bastante el paro. Y eso adormeció a los partidos políticos, a los sindicatos, a la patronal y a todas las instituciones. Debo señalar que en España no funciona la presunción de inocencia y se tira a la cuneta el prestigio de cualquier persona mucho antes de que se demuestre si es inocente o culpable. Los sindicatos han tomado medidas para mejorar el control de su gestión. Y se están recuperando. A pesar de los pesares, son las organizaciones más importantes que existen en España. Los trabajadores las necesitan.
¿Imaginaba esta pérdida de protagonismo hace 40 años?
Durante la Transición, y en la Constitución, se fijaron conquistas que habíamos logrado con nuestra lucha durante décadas. Y en el artículo 7 del Título Preliminar de la Constitución se consagra, a la misma altura que los partidos políticos, y mejor que en otros países europeos, la importancia de los sindicatos en un Estado social y democrático. Esa relevancia constitucional sigue siendo un activo para hoy y para mañana.
La actividad empresarial y laboral ha cambiado muchísimo con la globalización basada en internet. Para bien y para mal. Antes no había ni teletrabajo, ni ‘call center’, ni franquicias, ni empresas ‘startups’ que nacen del talento y no del capital, ni comercio electrónico, etc. Parece que el sindicalismo sólo es significativo en las Administraciones Públicas y en sectores productivos como las fábricas de coches, las campañas de recolección agrícola, la hostelería,...
Sé que en CCOO están ocupados y preocupados para dar respuesta a los nuevos fenómenos del trabajo. Pero sin descuidar que el gran problema persiste en el paro y la precariedad que se sufre en sectores tradicionales. El sistema capitalista no deja de explotar en ellos a una ingente masa de personas. No va a ser fácil resolver las desigualdades en los ámbitos más modernos cuando seguimos cargando con las contradicciones de los más atrasados.
Muchos parados estiman que los sindicatos no les consideran la prioridad, y que defienden más los intereses del funcionariado.
Ningún manifiesto reivindicativo de sindicatos como CCOO deja de decir que los parados son el principal problema que atender. En muchas huelgas, son los trabajadores quienes se movilizan, se solidarizan y ponen en juego su puesto para apoyar a los parados. Pero en la cotidianeidad muchas veces los parados parecen invisibles. Muchas veces me pregunto dónde están los parados. Se convoca a una manifestación y los parados no aparecen, están buscándose la vida porque necesitan ganarse unos euros aunque sea mediante un trabajo precario.
¿En qué van a cambiar los sindicatos para mejorar su ineficiencia en esta prioridad?
Se está hablando de crear el delegado de zona, o delegado de proximidad, en municipios y barrios de ciudades, para atender la disgregación de los problemas laborales. En los sindicatos faltan medios para lograr eso, pues la bajada de ingresos ha sido muy acusada, con la pérdida de afiliación, la mala imagen con los ERE y otros temas. Sigue como asignatura pendiente desde la Transición que se estructuren ingresos de los Presupuestos Generales del Estado para los sindicatos en función de los porcentajes de votos que obtienen en las elecciones sindicales. Igual que los partidos cuentan con ellos en función de sus resultados electorales. Los sindicatos ejercen un servicio al conjunto de la sociedad, no solo a sus afiliados.
Usted, que ya era partidario en 1958 de la reconciliación entre los españoles, y que sufrió condenas, destierros y años de prisión bajo la dictadura franquista, ¿qué piensa cuando hoy en día dirigentes políticos que son parlamentarios nacionales, alcaldes o gobernantes de una región aseguran que el Estado español es franquista y que existen presos políticos?
Es un gravísimo error. Ni es cierto ni es justo. Es antihistórico. Acuñar los conceptos ‘régimen del 78’, ‘las castas’ y meternos a todos en el mismo saco... Nada es perfecto, pero el cambio que logró España de la dictadura fascista a la democracia ha sido considerado modélico por expertos de todo el mundo. Así lo valoran infinidad de periodistas internacionales. Por algo será. ¿O es que todos son tontos? Y la Constitución de 1978 es de las más avanzadas del mundo.
¿Qué le diría usted a los secesionistas catalanes que dicen haber sido encarcelados por sus ideas?
Que no nos desprestigien a los presos políticos del franquismo. Que no nos falten al respeto. Yo les digo: Ustedes son políticos presos, porque se han saltado a la torera todas las leyes de la democracia. Las que conquistamos con lucha, con sangre. Ustedes no han incumplido leyes fascistas, ustedes han incumplido leyes democráticas porque ven dificilísimo reformar la Constitución para cambiar lo que establece sobre la unidad de España. Que forma parte de uno de los grandes pactos de la Transición, a la vez que se fijaron los derechos y libertades fundamentales.¿Cómo sugiere mejorar la Constitución, 40 años después de su promulgación?
En primer lugar, conservando todo lo que la vertebra como una de las mejores del mundo. No arrojen por el sumidero los derechos fundamentales y libertades que están perfectamente protegidos. No cambien ahí ni una coma. Sugiero completar cosas que se quedaron en el tintero. Por ejemplo, el artículo 128 establece que toda la riqueza del país, pertenezca a quien pertenezca y sea de donde sea, está al servicio de la sociedad. Pero no se ha desarrollado una ley orgánica para hacer operativo ese principio en una época de crisis como la que padecemos, y devolver a la sociedad, mediante un impuesto especial, el enriquecimiento que ha provocado tanto paro.
¿Teme que en la actualización de la Carta Magna se logren mejoras a cambio de retrocesos?
En la búsqueda del consenso hay que tener las ideas muy claras para que eso no suceda. Insisto: la Constitución española tiene un contenido social muy fuerte, que se conquistó en las fábricas y en las calles antes de que se redactara, por la labor que hicimos desde el sindicalismo para sustituir la dictadura por la democracia. Nosotros no estábamos en la comisión que la redactó, pero influíamos. Por eso no solo están el derecho de asociación, de reunión, de expresión... sino también el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a la huelga...
Desde 2004, tras la crispación política con la instrumentalización de los atentados en los trenes de cercanías en Madrid, ha desaparecido el consenso. ¿Falta cultura de negociación y acuerdo en los dirigentes actuales?
Se echa en falta la madurez que adquirieron los líderes políticos en la Transición. En lo que va de siglo, el liderazgo político no ha madurado con relación a lo que la sociedad ha ido cambiando. Los nuevos partidos querían cargarse las mayorías absolutas, lo han logrado, pero si no consiguen acuerdos no se hace nada. Y en todos los partidos se ha puesto de moda algo nefasto: distorsionar el lenguaje. A lo mejor la profundidad de la crisis ha dejado caótica a la sociedad española, y es más difícil precisar la definición auténtica de las cosas. Y ese caos ha coincidido con la eclosión de las redes sociales. Creo que esa coincidencia nos ha venido mal.
Andalucía es la única comunidad donde no ha habido alternancia en el gobierno autonómico. ¿Ocurrirá en los próximos años?
Ante las múltiples dificultades de la situación política actual, lo que impera a mi juicio es la incertidumbre. En Andalucía no veo aún una alternativa con claridad. Insisto: no se está abordando con suficiente intensidad la desigualdad entre clases sociales. Además, quienes se identifican como líderes surgidos de las movilizaciones del 15-M de 2011 dicen que hay que ir contra ‘la casta del 78’. Es decir, también contra mí. El 15-M era un movimiento esperanzador y yo me entusiasmé. No era eso.
¿Considera que Podemos representa realmente a toda la población que se movilizó en las plazas hace seis años o que simpatizó con sus protestas y propuestas?
Podemos ha patrimonializado todas las simpatías del 15-M. Pero corre el riesgo de perder buena parte del apoyo social que tuvo. Por ejemplo, cuando sus ideólogos dicen que hay que “romper los candados de la Transición”. Hace 40 años no decían eso en Andalucía ni Vicenç Navarro, ni Manuel Monereo ni Julio Anguita.
Como ciudadano de Sevilla, ¿qué opina sobre la evolución de la ciudad y de su sociedad?
La veo un poco estancada. Es muy difícil juzgar a una ciudad que se ha quedado estancada cuando tiene en paro entre el 25 y el 30% de la población activa. Es un peso muerto que hunde a la gente. La mayoría son jóvenes. Algunos son hasta de mi familia. ¿Cómo exigirle a la gente en paro que sea distinta, si no lo hacen quienes pueden cambiar cuestiones importantes? Las instituciones políticas deben ejercer en la ciudad su legitimidad democrática para acelerar los cambios estructurales y marcar la pauta a quienes tienen el poder del dinero.